| El  aviso aparecido en la prensa el día de Reyes de 2009 me causó más desazón que  sorpresa: el café METRO, tradicional  reducto cafetero sobre la calle San José esquina Cuareim (hoy Zelmar Michelini),  cerraba sus puertas y remataba sus existencias. El acto tendría lugar dos días  después, el 8 de enero a las 14 y 30 horas, en el propio local, donde se  encontraban en exhibición las instalaciones, cristalería y bebidas. El aviso,  al mejor estilo del género, recalcaba que había ORDEN DE VENDER. Y el  rematador, Adhemar Onesti, quedaba a las órdenes de los interesados.
 Los  dueños, ante los requerimientos de la prensa, dijeron lacónicamente “El negocio  se acabó” y, ante la sorpresa de los periodistas, agregaban: “Sirve más  venderlo que atenderlo”. Pensar que años atrás los bares, boliches y cafés  tenían un valor llave que justificaba el trabajo y premiaba inversión y ahora,  con los nuevos tiempos de altos costos y poca clientela conviene más cerrarlos  y rematar las existencias.
 
 El aviso de remate denota una realidad: los cafés van cerrando en forma  indefectible. El mismo fenómeno se da en todas las ciudades del mundo, que la  globalización iguala los comportamientos sociales y las consecuencias  económicas. En Montevideo pasó la época de los boliches tradicionales, que en  pocos años fueron bajando las cortinas en sucesión interminable. Entre ellos el Mincho y el Brasilero, que reabrió con aspecto de restaurante más que de bar.  También han cerrado otros famosos, como el Bar “LA PICACADA”de Rivera y Pablo  de María, en una carrera vertiginosa que denota el fin de una etapa, de una  actitud de vida, de una forma de relacionarse y disponer del tiempo libre. La  televisión primero y la computadora después proyectan al hombre en un mundo  casi virtual. Deja de ser protagonista para convertirse en televidente o  espectador y relacionarse a través de una pantalla. El zappping rige sus  intereses en una búsqueda permanente sin profundizar en ninguno de los temas.  No hay tiempo para ir al café, ni para mantener charlas sin punto final con los  amigos. Ahora se vive con el tiempo justo, todo está cronometrado…Si larga es  la sucesión de bares y cafés que han cerrado, menos mal que estas notas que  escribimos rescatarán unos cuantos del olvido.
 
 La etapa del café como institución y luego como negocio sacrificado en  manos de españoles duró más de un siglo. Debemos rendir homenaje a muchos de  ellos, en su mayoría “gallegos” provenientes de una España en decadencia, entre  fines del siglo XIX y la década de 1960. Apellidos como Torrado, Añón y otros  tantos terminaron en cadenas de bares y cafés. El dueño se sacrificaba jornadas  de 16 horas o más, parado frente al mostrador, cimentando peso a peso y moneda  a moneda.
 El café Metro, inaugurado en  el año 1950, llevaba su nombre en homenaje al del cine ubicado en diagonal, uno  de los más tradicionales de Montevideo. El cine Metro fue inaugurado el 26 de  setiembre de 1936 en un hermoso edificio de la calle San José Nº 1211 como sala  de exhibición de la Compañía del mismo nombre y prolongó su funcionamiento como  sala de estreno de los principales sellos cinematográficos hasta 1988, en que  hubo un cambio de firma y de nombre, pasando a llamarse Cinemetro. Actualmente  ha cerrado como cine y reabierto como una sala múltiple destinada a la  exhibición de espectáculos teatrales, musicales, etc.
 El café Metro estaba ubicado  en la misma manzana que la redacción y las rotativas del diario El País, por lo que era visita obligada  del personal administrativo, reporteros, fotógrafos, etc., para una rápida  colación. Cuando los periodistas tenían más tiempo o buscaban mayor  independencia concurrían al Ateneo sobre la Plaza Libertad o al café Libertad,  en la rinconada.
 
 En  los comienzos, la pequeña dimensión del café y su aire reservado ofrecían  refugio a algunos intelectuales del grupo que sería llamado la Generación del 45. Carlos Maggi, en  entrevista de César di Candia, dice que “nosotros íbamos al Metro cada uno por  su lado y no teníamos la menor sensación colectiva”. Entre los concurrentes, en diferentes {epocas, se congregaban escritores, poetas y  dramaturgos enfrascados en temas y debates. Los más asiduos eran el poeta Liber  Falco, Carlos Denis Molina, Larriera y Carlos Martínez Moreno. Amanda Berenguer  iba con José Pedro Díaz y Maggi con María Inés Silva Vila. Se sumaban Felisberto Hernández, Tola Invernizzi, Manuel  Flores Mora y Paulina Medeiros. Y hacia fines de 1947 el español José Bergamín.
 
 La escritora María Inés Silva Vila, en “Cuarenta y cinco por uno” (Ed.  Fin de Siglo ,1993), calificó de “insoportables pero fascinantes las tenidas  celebradas en el café Metro”. El grupo, pese al calor del verano, buscaba las  mesas en el interior a lo que la escritora repara y rescata el ambiente  impregnado de humo de cigarrillos y olor rancio de la cocina. De sus  contertulios opinaba, con cierta acritud, que eran aspirantes a escritores que  necesitaban del ambiente de la bohemia para inspirarse: “el pelo largo, la  despreocupación en el vestir y el tono impertinente”. Y agrega “Me inclino a  creer que estaban allí dentro respirando aire viciado y literatura por todos  los poros”.
 Emir  Rodríguez Monegal, crítico y escritor también integrante de la generación del  45, dec{ia del Metro que “era un  café a la española, cavernoso, con espejos oscuros y una atmósfera de  cigarrillos exhaustos y cenizas en las solapas”.Estimado  lector: agradezco las anécdotas y referencias que me  habéis hecho llegar respecto de otros cafés, que irán apareciendo en futuras  artículos.Otro de los que solía concurrir, aunque gustaba de sentarse solo y  sumirse en el humo de sus cigarros, era Juan Carlos Onetti.
 De mi acervo personal conservo algunos buenos recuerdos del Metro, de las décadas de 1980 y 1990,  de cuando concurría a la redacción de El País de los Domingos a entregar mis  artículos sobre la historia de la fotografía. Se me habia hecho costumbre  efectuar las últimas correcciones en una de sus mesas. Y otras veces almorzaba,  de apuro, cuando me encontraba por el centro. Una sensación de nostalgia me  invade mientras escribo. Con el remate se va parte de la historia de  Montevideo, de sus peñas literarias, de su centro pleno de cafés y vida nocturna.
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