Montevideo, llamada la "Venecia subterránea" y una antigua red de arroyos entubados puede ser la causa de los desbordes del alcantarillado en épocas de intensas precipitaciones. De esta red hidrográfica impresionante, para una ciudad capital de tan solo un millón y medio de habitantes, los capitalinos apenas alcanzan a ver una parte, la más caudalosa, que permanece a cielo abierto. Este dato puede asombrar a más de un montevideano, acostumbrado simplemente a los arroyos: Carrasco, Miguelete y Pantanoso, como íconos de la hidrografía citadina.
En una rápida recorrida de este a oeste, podemos encontrar que en esa orientación geográfica el primer referente es el arroyo Carrasco, desagüe de los Bañados de Carrasco y el más caudaloso de la zona. De camino al oeste, está el arroyo del «Molino de Pérez», hoy en el parque «Oreste Baroffio», sobre la rambla apenas saliendo Punta Gorda.
Le sigue el arroyo Malvín, considerado de excepcional belleza hace medio siglo, actualmente corre libre, y altamente contaminado de norte a sur tras el complejo Euskal Erría, es entubado a la altura de Avenida Italia y sigue bajo la rambla Concepción del Uruguay para desembocar en la playa Malvín.
Siguiendo por la costa platense hay dos arroyos actualmente «invisibles»: el arroyo del Buceo, que corre por debajo de la calle Comercio, y el arroyo «de los Chanchos», que desemboca en la misma rada del puerto de yates.
Casi de inmediato aparece el arroyo más importante de esa zona que, curiosamente, está entubado a contramano de la cuenca: el arroyo «de los Pocitos», antes desembocaba en esa playa pero, canalizado, lo hace junto al puerto de pescadores del Buceo.
El arroyo «de los Pocitos», nace casi junto a La Republica, bajo la calle Garibaldi, pero la divisoria de aguas está en la avenida 8 de Octubre, lo que lleva el caudal en tres ramales hasta el Parque Batlle y Ordóñez.
Allí recibe otro cauce, el del arroyo «del Chivero», nombre como se conocía el campo donde fue erigido el Estadio. Canalizados todos bajo la calle Mac Eachen, cruza Rivera a la altura de 14 de Julio.
A la altura de Francisco Muñoz, recibe otro aporte, el del «arroyo de la Buena Moza» que viene desde el monumento a Larrañaga, cruzando Avenida Italia a la altura del Hospital de Clínicas y viajando hasta el zoológico. Todo ello aporta al arroyo que tenía en las cercanías de su desembocadura una quincena de «pocitos» donde las lavanderas cumplían su oficio.
Rumbo al centro de la ciudad, cruzamos un ilustre «desconocido»: el «arroyo de la Estanzuela» que nace bajo 18 de Julio en el Cordón, y desembocaba en la playa Ramírez, tras un largo recorrido que alcanzaba hasta Bulevar España.
El nombre era el del predio actualmente conocido como Parque Rodó, anteriormente «Urbano», sus aguas aportan al lago del parque. De dicha zona al actual puerto, destacan dos arroyos que a su vez desembocaban en dos pequeñas playas perdidas para siempre: el «arroyo Patricio», y el «de los Médanos».
El primero corre desde la Universidad de la República hasta la embajada de Estados Unidos, el segundo, desde el monumento a El Gaucho, baja por Barrios Amorín (anteriormente calle Médanos, ilustrando sobre las características pretéritas del lugar).
En el área lindera desembocaba también el «arroyo de las Canarias», que nace relativamente más lejos, cerca de la Terminal Tres Cruces.
Continuando por la costa al oeste, en plena bahía portuaria desembocan el «arroyo de Seco», y el «arroyo Grande», con aguas provenientes de la cuchilla Grande, a la altura de Bulevar Artigas.
Innumerables son los cauces pequeños que circulando bajo el asfalto desembocan en el arroyo Miguelete. Los más «accesibles», son el «arroyo del Cerrito» (que nace en el Cerrito de la Victoria), y el «Arroyo Quitacalzones» que desemboca cerca del viaducto del Paso Molino.
Este curioso último nombre refiere, según el historiador Isidoro de María a la necesidad que tenían los carreros y sus pasajeros de llegar a quitarse esta prenda para entrar en las aguas a empujar sus empantanados vehículos (lo que muestra que no hay nada nuevo bajo el sol, ni bajo la lluvia), aunque aparece también la leyenda que fue el obispo Ferreti, más tarde Papa Pío IX, quien debió sacarse los calzones para ayudar a sus anfitriones uruguayos cuando se empantanó el carruaje que los llevaba a la quinta de Juanicó.
El segundo gran arroyo al oeste capitalino es el Pantanoso, que nace a la altura de Camino de las Tropas y Camino Melilla.
Tras pasar frente al sanatorio Saint Bois, recibe otra gran ramal, junto al que conforma uno de los atractivos turísticos más importantes de comienzos del siglo XX: el parque entre la actual avenida Lezica y Lanús, con uno de los mayores salones de té de la época, para llegar al cual los turistas cruzaban el Pantanoso en embarcaciones de paseo.
El Pantanoso recibe poco antes de desembocar, junto a la refinería de Ancap, el cauce de la «cañada Bellaca», muchas veces citada, pero de ubicación bastante menos conocida. En definitiva una capital invadida por aguas subterráneas.
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