PÁGINAS AMIGAS
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MONTEVIDEO ANTIGUO Por. Milton Schinca |
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En las elecciones del siglo pasado se habían hecho vicio frecuente las trampitas y estratagemas para multiplicar los votos. A decir verdad, las practicaban con parecido ahínco los dos partidos, porque no era cuestión de darse ventajas. Uno de los pases de mosqueta mas socorrido era el de hacer votar a alguien que se prestara a ella, empleando balotas ajenas, que los presidentes de clubes se agenciaban. “Gatos” se les llamaba a los que se atrevían a brindar ese servicio, y su actuación gene NENITAS CASADERAS De ser ciertos los lamentos femeninos, hoy Montevideo es una ciudad aquejada por una alarmante minoría de varones, que escasean sin piedad. Pero bueno es señalarles a las montevideanas que no siempre fue así; todo lo contrario . Allá en las primeras décadas de nuestra exigencia, lo que sobraban eran hombres (o faltaban mujeres). Se comprende que estas, siendo muy menos, se convirtieran en un genuino articulo de lujo, objeto de disputa masculina, que se desato con la ferocidad habitual en todo mercado libre donde la demanda supera a la oferta. Los abundantes varones pujaban por casarse a toda costa ; no tanto por sortear las soledades de aquellos tiempos precarios y ásperos, como por alcanzar los beneficios que aparejaba – según ya vimos – el constituir una familia estable. Pero casarse no era cosa fácil por falta de con quien ; de modo que los montevideanos vivían a la caza y a la pesca de cuanta fémina disponible se les pusiera a tiro. Tantas fueron las urgencias de la escasez, que pronto nuestros hombres se lanzaron a cazarlas ( con z y con s) aun antes de que salieran del cascaron. Fue así que cundieron los casamientos con chiquilinas de 14 y 15 años, porque no era cuestión de dejarse madrugar. Pero esa premura y esos infanticidios serian lo de menos. A tanto llego la rebatiña, que niñitas hubo – porque todavía ni siquiera eran niñas – que contrajeron matrimonio apenas a los 11 y 12 años, instigadas seguramente por padres que , con toda comodidad, podían darse el lujo de elegir el partido mas atractivo entre el enjambre de aspirantes que acudía en tropel. ¿Qué ocurrió entonces? Que esas nenitas, en la mayoría de los casos, se casaron con hombres mayores que ellas ; y así fue como, con el correr l de los años, aquellas párvulas se convirtieron en mujeres hechas y derechas, pero en ese mismo lapso sus maridos ingresaron en la decrepitud, y con un paso mas bajaban a la tumba. Montevideo, pues, se convirtió un día en una ciudad de viudas jóvenes. Pero como la escasez no amainaba, aquellas viudas lo eran por muy poco tiempo, pues casi en seguida se las volvían a disputar los que seguían solteros y ávidos. Cierto es que aquella situación mirifica para las damas no se prolongo demasiado; y mucho menos se repitió hasta el día de hoy, como bien lo saben ellas.
PUENTE QUE VINO EMPAQUETADO DE EUROPA Muy precario, mas que inseguro, era el viejo puente del Prado. Mal construido desde su origen , endeble su base, carcomidos sus tablones, bastaban lluvias mas o menos abundantes para que todo aquel maderamen fuera barrido por la correntada, y las tablas arrastradas hasta el mismo mar. Pasaron lustros sin que la Municipalidad se resolviera a tomar medidas con aquel puente que casi no lo era, y que no solo sufría algún remiendo cada vez que una creciente lo deshacía una vez mas. Hasta que un día las aguas se mostraron mas radicales que de costumbre, y desmantelaron al puente de tal forma que no hubo ya manera de recomponerlo. Entonces se llamo a licitación para construir un puente enteramente nuevo. Se presentaron varios proyectos y fue aceptado el de un ingeniero Lemolle, cuyo presupuesto primitivo frisaba por los doce a trece mil pesos…Como era común en aquellos tiempos, el puente se importo directamente de Europa. Pilares, barandas, faroles, llegaron un día encajonados a nuestro puerto. Cuando pretendieron armarlo acá, se encontraron con la sorpresa de que el puente era demasiado ancho o el río demasiado angosto ; la cuestión es que no coincidían. Debieron efectuarse, pues, los ajustes correspondientes. No fue la única modificación del proyecto original. Las columnas, que estaban previstas de ladrillo, pasaron a ser de granito; granito que , naturalmente , hubo de traerse también de Europa, lo que acrecentó el costo de la obra en otros diez mil pesos…Figuraba también en el mirifico, proyecto algunas islas artificiales, dicen que de notable belleza urbanística, pero desaparecieron a la primera correntada en forma. De todas maneras, aquel puente estaba concebido para afrontar las décadas sin inmutarse , y así fue como pudo desafiar incólume no se cuantos desbordes e inundaciones. Como que ha llegado indemne hasta hoy, en que constituye uno de los pocos testimonios del arte ingenieril “Fin de siecle” que nos quedan.
"YO NO SOY UNA HARPIA SUFRAGISTA” Hoy nos cuesta admitir que hace apenas noventa y noventa y cuatro años, la mujer montevideana tenia que librar, todavía, encarnizadas batallas para ganarse el derecho…a votar, tan solo. No se habla de militancia política, ni cosa parecida (que era por entonces impensable) ; apenas si se trataba de practicar ese acto cívico tan elemental, tan consabido en cualquier democracia, que es el sufragio. Pero ni aun ese mínimo se le reconocía a la mujer por aquel 1916 ; y lo curioso es que quienes le negaban mas cerradamente ese derecho …eran mujeres. AERONAUTAS EN MONTEVIDEO Extraordinario destaque alcanzaban los festejos patrióticos en la segunda mitad del siglo pasado. Solían engalanarse con exhibiciones de acrobacias y equilibrismo, carreras de sortijas y de embolsados, competencias de palo enjabonado, piñatas. Pero ninguna atracción comparable a las arriesgadas ascensiones en globo, que hacían furor en el Viejo Mundo, y que acababan de ser trasplantadas aquí con la novelería imaginable. Rara fue la celebración patriótica por aquellos años que no contara con alguna demostración aeronáutica a cargo de denodados viajeros de los espacios. Casi todos se hacían llamar “Capitán” – nadie averiguaba capitán de que y de donde - ; todos vestían rigurosa chaqueta de oficial, con el pecho recargado de esplendorosas medallas vaya a saberse otorgadas por quien, ya que nadie lo preguntaba tampoco. Allá se encaramaban los héroes en una especie de trapecio y , sentados encima, se elevaban por los aires, saludando desde la altura a la muchedumbre montevideana que, embobada, los despedía con vivas asombrados y el sacudir entusiasta de pañuelitos. Allá por el año 1886 tuvimos por acá a un tal Capitán Martínez, llegado a nuestras playas con sus dos hermosos globos de nombres épicos : el “Cid Campeador” y el “Perla de Castilla”. El 25 de julio, este osado realizo su primera proeza, elevándose desde el llamado “Prado Oriental” (por aquel entonces un aristocrático paseo, hoy nuestro Prado a secas) ; y desde allí voló hasta el Cerrito de la Victoria, durante unos diez minutos que fueron la admiración de todo Montevideo. El 1º de agosto repitió igual travesía, otra vez en el hermoso “Cid” y con idéntica felicidad. Pero se aproximaba el 25 de agosto. Las autoridades programaban los grandes festejos para fecha tan magna. Como no podía ser de otro modo, se pensó que las celebraciones populares tenían que centrarse en aquel numero que en ese momento constituía el comentario general de la ciudad. Y así quedo convenido : el Capitán Martínez se elevaría ese día , desde nuestra Plaza Cagancha, pero ahora en su otro aerostato, el “Perla de Castilla”. El día amaneció radiante, como cuadraba a la fecha y al alborozo popular. Llegada la hora, se encendieron en medio de la plaza los fuegos que debían proporcionar el aire caliente con que hincharle la voluminosa barriga al globo. Pero no bien comenzó la tela a ponerse tensa, apareció un pequeño contratiempo: en la parte superior de la esfera – que por lo demás lucia bastante remendada – surgieron algunos puntos negros, y por ellos empezaron a filtrarse columnitas de humo, cada vez mas espesas. La gente se inquieto un poco con la novedad, al ver que la “Perla” no se inflaba por mas de Castilla que fuese. Encima , se puso a soplar una molesta brisa del sureste, que pareció preocupar al Capitán Martínez casi tanto como las filtraciones de tela…
EL MONTEVIDEANO QUE SE CREIA TRANVIA Entre los personajes impagables que ha tenido Montevideo, el famoso Capitán Virutas debe haber sido de los mas pintorescos. Recorrió nuestras calles allá por mil ochocientos ochenta y tantos (y en este caso “recorrer nuestras calles” no es modo de decir sino expresión literal, pues tal era el oficio que este hombre se había asignado). Estaba convencido de que era un tranvía, ni mas ni menos; y actuaba y se comportaba como tal, trotando de la mañana a la noche por el Centro, encaramándose por los peores repechos, frenando fuerte en las bajadas peligrosas, arrastrado siempre por supuestos caballos idénticos a los que tiraban de los tranvías de verdad.
BAILES ENTRE CAÑONAZOS Ya quedo dicho, en apartado anterior, que la Guerra Grande, a fuerza de tan extensa, termino por no obstar a las actividades mundanas de la alta sociedad montevideana de entonces. No faltaban, a pesar de los episodios bélicos, las reuniones en casas de familia para hablar de “asuntos de sociedad” y temas políticos del momento, a la vez que se escuchaba música y se bailaba hasta altas horas. También menudearon los grandes bailes donde concurría “lo mas distinguido y aristocrático de nuestro gran mundo”. Uno de los lugares favorecidos por las familias de mas notoriedad, era la “Sociedad Unión y Recreo”, que tenia su elegante sede en la Plaza Independencia. Pero también eran frecuentes los saraos en casa de los próceres del momento; y así encontramos que muchos tuvieron lugar en la casona que el General Rivera poseía en la calle recién bautizada del Rincón, ya fuera para solemnizar alguna fecha patria , el aniversario de una batalla de grata recordación para el dueño de casa , o bien el cumpleaños de doña Bernardina. En este caso, los invitados llegaban portando regalos para la agasajada, que se acompañaban, según costumbre, con tarjetas que rezaban, mas o menos : “ A la señora doña Bernardina Fragoso de Rivera, mas o menos : “A la señora doña Bernardina Fragoso de Rivera, en su día , la recuerda y reitera amistad eterna e invariable. S.S.S” . Alcanzaron también extraordinario favor y lucimiento los bailes organizados por el centro de residentes ingleses : “The Comité of the Bachelor s Ball” , con sede en la calle de las Piedras. Y en los días de carnaval – que tampoco se pasaba por alto, a pesar de los cañones – las reuniones de moda tenían lugar en la Sociedad Momo, donde se efectuaban resplandecientes bailes de disfraz (aunque una nota al pie de las invitaciones aclaraba que “el disfraz es solo para caballeros”). Fue tal la pujanza de este apetito de vida mundano a pesar de la Guerra, que se llego al extremo de entablarse sociabilidad entre familias residentes en los campos adversarios. Muchos hogares del Cerrito estaban emparentados o relacionados con los de Montevideo; familiares próximos habían quedado en el bando opuesto, separados de los suyos… BAJO LA DICTADURA DE MELCHOR PACHECO Y OBES En aquel verano del 43, no bien el General Oribe formalizo el sitio de Montevideo, Rivera encaro la defensa de la ciudad, revistando frente a sus muros a sus cuatro mil soldados y constituyendo el nuevo Gobierno. Para desempeñar el Ministerio de la Guerra fue llamado un militar joven, que acababa de dar que hablar en el episodio de Arroyo Grande: Melchor Pacheco y Obes. Su primer acto como Ministro fue emitir un decreto conciso y lapidario: “La Patria esta en peligro. La sangre y el oro de los ciudadanos pertenecen a la Patria. Quien le niegue a la Patria su oro o su sangre será castigado con la pena de muerte.” Entre nosotros era desconocido este lenguaje. La reacción fue de estupor y de fascinación. Muy joven había sentido Pacheco y Obes el llamado de la patria. Cursaba estudios en Río de Janeiro cuando, “al conocer la noticia del desembarco de Lavalleja, abandone el colegio, vendí mis libros y mis ropas, y con el producto compre una montura y un sable, y a ocultas de mi familia partí y me hice conducir por una barca a la tierra oriental para ir a reunirme a los libertadores de mi patria”. Así, el joven Pacheco y Obes hizo a los 16 años la campaña libertadora de 1825, participo en la batalla de Sarandi, se batió luego en Ituzaingo, juro a los 21 años la Constitución de 1830. Un contemporáneo y amigo lo describió como “un hombre de talla baja, y tan sumamente delgado y rubio que parecía un niño”. Un retrato al óleo pintado por Carvajal lo recuerda de ese modo, con cabellera y barba de oro. No se sabe con certeza si nació en Buenos Aires o en Paysandú, donde su familia tuvo extensas posesiones… LOS DOS EXILIOS DE BARTOLOME HIDALGO El 30 de enero de 1816, bajo gobierno antigüista, se había estrenado en el Teatro de Montevideo el “Unipersonal” de Bartolomé Hidalgo titulado “Sentimientos de un Patriota” . Para hacernos una idea de cómo serian estos curiosos “unipersonales” , que reunían declamación y música, podemos reseñar el argumento y carácter del representado en esa oportunidad. La Escena transcurría, al comienzo, en un aparte del bosque, donde se veía a un Oficial que declamaba versos patrióticos, “con intervalos de música, a veces marcial, otras pausada y dulce”. Después se descorría por completo el telón y , al aparecer entero el bosque, se veía a un grupo de dieciséis soldados, que representaban a las 16 Provincias Unidas (las 14 argentinas, mas la Oriental y las Misiones) ; y entonces el Oficial volvía a recitar sus versos alusivos a la situación de América. Conviene aclarar que esta poesía declamada en los unipersonales no guarda ningún parentesco con los “Cielitos” que dieran perduración al nombre de Hidalgo. Eran largas tiradas de versos rancios y neoclásicos muy al estilo del siglo XVIII, donde Hidalgo se paseaba por la historia griega, romana, española, sagrada ( con lo cual – al menos – se echa por tierra la leyenda de un poeta inculto y cerril, que muy lejos estaba de ser). Con este “unipersonal” , Hidalgo obtuvo un éxito resonante ; tanto, que el Cabildo antigüista le ofreció la dirección de la Casa de Comedias, que entonces se empezó a llamar “Coliseo”. Este teatro se encontraba en estado ruinoso ; era poco mas que un deposito o almacén de productos ultramarinos, con lamentables carencias en todos los rubros teatrales: vestuario, iluminación, escenografia, “cómicos” , repertorio. En poco tiempo Hidalgo logro restaurarlo, y allí dirigirá el mismo varios de sus unipersonales de tema patriótico, que seguían encontrando la mayor aceptación en el publico enfervorizado de entonces…
EL PAN NUESTRO DE CADA DIA Variada, movida, a menudo infructuosa, fue la batalla que debieron librar desde muy temprano las autoridades de Montevideo para poner en vereda a los fabricantes de pan. Uno de los paladines de esta lucha que se haría secular, fue don Miguel Antonio Vilardebo, prestigioso vecino, acaudalado industrial de origen catalán, padre del celebre medico Dr. Teodoro Vilardebo. En 1804, cuando era Gobernador de esta Plaza don Pascual Ruiz Huidobro, fue electo cabildante don Miguel Vilardebo. Y poco después, por su iniciativa, el Cabildo ordeno el estudio del abastecimiento de pan a la ciudad, con vistas a asegurar su preparación en condiciones higiénicas adecuadas, y a impedir abusos en los precios. El propio Vilardebo denuncio excesos incalificables de los panaderos de la época, lo que motivo la clausura de una de las panaderías más prestigiosas, la de Zamora, por haber hecho caso omiso de reiteradas multas y sanciones que le fueran aplicadas. El Cabildo recibió poco después a una delegación de panaderos, que prometió elaborar setecientos noventa kilos de pan diarios. Pero por cierto que no cumplió lo convenido, y así fue como el Cabildo, poco después, adopto una medida drástica contra todos los panaderos. A uno por uno le fue comunicado por el Alcalde doctor Rebuelta, y en presencia del propio Vilardebo, el siguiente auto: “El día 9 de mayo acordó ud. con el ayuntamiento de la Ciudad, producir diariamente en ella tantos pesos de pan, sobre dos mas o menos, y lejos de cumplir ese convenio, se ha podido observar que ni la mitad entra. En tal virtud, se ha acordado con esta fecha se expida esta orden y se le entregue a Ud. , por Escribano, previniéndole que si ud. no introduce el pan prometido diariamente en ella , perderá todo el pan y se venderá por cuenta de la Ciudad la primera vez; la segunda vez se le hará perder el pan y se le aplicara una multa de 50 pesos; y la tercera lo mismo y además una prisión de 15 días…”
RIÑAS A PROPOSITO DE TOROS Y COMEDIAS La vida del Montevideo Colonial resulto más de una vez sobresaltada por reyertas entre las autoridades, que si no redundaron en beneficio alguno para la ciudad, al menos sirvieron de sustancioso entretenimiento y pasto de habladurías al vecindario. Así fueron las que protagonizo un malhumorado gobernador de esta plaza, don Antonio Olaguer y Feliu , a fines del siglo XVIII, quien tuvo encontronazos con el Cabildo de entonces, generalmente por cuestiones de protocolo y precedencias. Así, el 24 de noviembre de 1794 se celebraba en Montevideo una corrida de toros. Y durante su transcurso se produjo una escandalosa trifulca entre algunos cabildantes y el ayudante del Gobernador, Estevan Liñan. Parece que era costumbre que los cabildantes tuvieran su palco propio y exclusivo en la Plaza, en el cual nadie mas que los regidores podía permanecer. Y este Liñan penetro al palco para plantear un asunto relativo a uno de los toreros que participaba esa tarde en la corrida; pero concluido el tema que lo había llevado, el hombre no se retiro. Inmediatamente el Alcalde de Segundo Voto, de muy buenas maneras, le hizo notar que debía marcharse del palco del Ayuntamiento. El otro protesto, se entablo una acalorada discusión, y al final Liñan se marcho enfurecido. Pero corrió a darle parte de lo ocurrido al Gobernador Olaguer y Feliu. Dos días después, este, en un oficio, le pide cuentas airadamente al Cabildo de su actitud. Le replica el Cabildo que quiso evitar una infracción a las ordenanzas en vigor y observar la costumbre tradicional de no permitir ninguna presencia ajena en el palco del Ayuntamiento; pero esta explicación no satisfizo al iracundo Gobernador, quien le advirtió al Cabildo que de ningún modo iba a permitir que se le negase la entrada a su ayudante. Atemorizado, el Cabildo termino, aceptando sumisamente la imposición para evitar mayores escándalos. Y tan lejos fue en su acatamiento, que hasta autorizo al Ayudante del Gobernador a dar la señal de comenzar la corrida , contraviniendo asi las ordenanzas, que indicaban expresamente que debía hacerlo el Alcalde de Primer Voto.
“CATORCE MENOS QUINCE” Este fue el apodo del último “rey” negro que tuvimos entre nosotros. Un viejo congo a quien llamaban así porque un buen día le regalaron un reloj de bolsillo, y cada vez que le preguntaban la hora, el buen moreno- que no entendía de números ni de relojes- decía invariablemente “las catorce menos quince” ; salida que entonces resultaba mas disparatada que hoy, porque en aquel tiempo no se decía todavía “las 13”, “las16”, “las 24” , pues ninguna hora pasaba mas allá de las 12. Este soberano “reino” en tiempos de la presidencia del Coronel Lorenzo Latorre . Lo de “reinar” es un decir, porque era el suyo un titulo meramente decorativo, valido solamente los días de recepciones y candombes, en que las distintas “naciones” negras (congos,mozambiques, benguelas, cabindas, molembos) salían a bailar por nuestras calles, encabezadas por su “rey”, designado a ese solo efecto. Pero tan alto rango no le otorgaba ninguna prerrogativa ni ascendiente sobre sus compañeros de raza. Ni siquiera el elegido tenia que ser de abolengo: no es que hubiera sido antes rey en su tierra. Jamás los negreros trajeron a América reyes, y ni siquiera príncipes, pues preferían entenderse amistosamente con ellos, que a cambio de baratijas les permitían atrapar a unos cuantos súbditos y embarcarlos en sus bodegas infames. Desde la época de la Colonia era costumbre en Montevideo que, en ciertas fechas, las naciones africanas salieran en comparsa por las calles y se llegaran hasta la casa misma del Gobernador a ofrecerle sus saludos. Y ello daba lugar a una ceremonia solemne, en que el Gobernador se presentaba a recibir a la comitiva de esclavos ataviados con sus trajes de fiesta, mientras lo acompañaba la más alta autoridad religiosa de la ciudad. Esta costumbre se mantuvo hasta la época del Presidente Santos, pero parece que muy venida a menos en los últimos tiempos. Tanto que más de una vez ni siquiera fueron el Primer Magistrado ni el Obispo Diocesano quienes salieron a recibir a la nación negra, sino apenas un Comisario de Policía y un sacerdote cualquiera.
DEVORANDO DIARIOS Y REVISTAS Montevideo, hace un siglo, publicaba y leía más que hoy. “En términos absolutos y relativos”, como dicen los economistas. Mientras hoy se publica media docena de diarios, nuestra ciudad contaba con diecisiete. Ellos eran El Siglo, el Ferrocarril, el Partido Colorado, la Razón, La Tribuna Popular, la Nación, El Telégrafo Marítimo, el Hilo Eléctrico, la Colonia Española, la España, L Italia, L´Independente, El Bien Público, el Diario , El Nacional, A Patria y la France. Algunos con tiraje reducido , es cierto; otros restringidos a una circulación entre los paisanos de países extranjeros o sus descendientes. Pero tengamos en cuenta que Montevideo contaba, por entonces, con una población diez veces menor que la actual. A esos diecisiete diarios de aparición regular, hay que sumar todavía toda una nube de periódicos de todo pelo y marca, desde humoristas a religiosos, desde intelectuales a médicos, que suman en conjunto veintidós. Vale la pena repasar sus nombres, algunos pintorescos: El Negro Timoteo, La Ilustración Uruguaya, El Indiscreto, los Anales del Ateneo, la Revista de la Sociedad Universitaria, La Revista Forense, El Evangelista, El Bromista, la Asociación Rural, el Boletín de la Sociedad de Ciencias y Artes, el Lunes de la Razón, el Eco de Galicia, la Unión Gallega, la España Federal, la Helvecia, el Popular Ilustrado, el Boletín Masónico, la Gaceta de Medicina y Farmacia, el Tipógrafo, la Liga Industrial, la Industria Uruguaya y la Revista Homeopática. LA PRIMERA PERRERA El oficio de matar perros es muy antiguo en nuestra ciudad. Ya vimos páginas atrás que desde los tiempos coloniales hasta mediados del siglo pasado los encargados de esa triste misión eran los presidiarios. Pero fue recién hace cien años cuando se organizó un servicio de “perrera” realizado por un particular, con carros que recorrían la ciudad, un establecimiento donde alojar durante un plazo a los animales cazados, un procedimiento “más científico” para eliminarlos en masa llegado el momento. En noviembre de 1864 se presentó ante la Jefatura de Policía un señor de nombre José Pedro Germain, proponiendo tomar a su cargo el servicio, para el cual aportaba un carro, peones, útiles, etc. ,todo de su exclusiva cuenta. Los perros cazados serían trasladados a un depósito de su propiedad, sito en la calle Isla de Flores171 , donde serían mantenidos vivos, durante un término de30 horas. Si al cabo de ese plazo los dueños no aparecían a reclamara los animales, éstos serían eliminados.Pero si el dueño se presentaba a rescatar a su perro, debía abonar una multa de cuatro pesos y la patente del perro, que costaba por entonces un peso. A cambio de este servicio, el señor Germain cobraba en calidad de honorarios, el monto de las multas que se hicieran efectivas. La Jefatura de Policía aprobó la propuesta del señor José Pedro Germain, y éste quedó incorporado así a la historia de Montevideo como el primer perrero con que contó nuestra ciudad. FUSILAMIENTOS EN 18 y MAGALLANES Ya desde la época de la Guerra Grande se llamaba Plaza Artola, apellido de un vasco establecido en el lugar con hornos de ladrillos y dueño de casi todos los terrenos de la zona. Hasta 1867, la plaza constituyó el punto terminal de las carretas que venían con sus frutos desde el Interior, y que acampaban en esas soledades. Después la plaza mejoró su rústico destino, convirtiéndose en paseo público al que los vecinos adornaron con una fuente al medio, muy modesta, una verja de hierro circundándola, y unos cuantos árboles plantados aquí y allá para alegrar la vista. Lo que tal vez no sospecharon ni esos buenos vecinos ni el propio Artola fue que, por los años 1869 al 72, aquel lugar apacible se iba a convertir, por orden de la Autoridad, en el sitio donde consumar las ejecuciones por fusilamiento. Un lugar bien elegido como se ve : a suficiente distancia de la ciudad que, por ese entonces, recién empezaba a derramarse más allá de la Plaza Independencia. Los reos eran pasados por las armas contra la pared de un corralón sobre la calle Magallanes , a escasos 10 metros de 18 de Julio. EL HOMBRE DE LAS PAPAS Y LOS CAMELLOS No todos los canarios que llegaron hasta estos lugares fueron fundadores o , después, colonos labriegos de condición humilde. También tuvimos algún canario de pro, acaudalado y aristócrata, que vino a nuestra tierra por pura afición a aportarle su industriosidad, su espíritu de empresa. Y que resultó, de paso, más patriota que muchos orientales. Tal fue el caso de don Francisco Aguilar, un descendiente de la nobleza canaria, cuyo padre llegó a ser gobernador de esas islas. De joven, Aguilar marchó a estudiar a Inglaterra. Luego, vuelto a su solar, se casó, tuvo hijos, prosperó. No sé con exactitud qué motivos precisos lo impulsaron a emigrar hacia tierras americanas, pero lo cierto es que un buen día decidió embarcarse. Fletó dos barcos por su cuenta ; en uno se alojó él con su familia, en el otro amontonó su mobiliario, su personal de servicio y varios colonos que trajo consigo. Al llegar a suelo oriental, sus comienzos no fueron montevideanos. Recaló en Maldonado, en los últimos años del 700 . Compró tierras en ese departamento y las dedicó a la agricultura. Fue Aguilar quien introdujo en el país las papas y los pinos, desconocidos hasta entonces, amén de muchas otras plantas y semillas que luego arraigaron y se difundieron en nuestro territorio. Pero tal era su afán experimentador que también procuró ensayar con animales, para ver de amoldarlos a nuestro clima y hábitos de trabajo. Hombre de imaginación audaz, hizo traer a la Provincia Oriental, desde África, varios , camellos que dedicó a las faenas agrícolas en sus pagos de Maldonado. Quién sabe si , gracias a estas tentativas, hoy no tendríamos camellos en toda nuestra campaña como figuras típicas del paisaje nativo. Lamentablemente, los acontecimientos le impidieron seguir adelante con su curioso ensayo. En efecto, por esos días estalló la insurrección oriental de 1811 , y aquí aparecerá una nueva faceta encomiable de este personaje canario : el hombre – que muy bien podía haberse echado para atrás, dado sus cuantiosos recursos y su origen aristocrático y extranjero – se plegará de inmediato a la lucha de los patriotas y pondrá en riesgo cierto su hacienda y su vida, para defender la causa independentista.
TRÁNSITO LÓPEZ – MEDICO FAMOSO En los últimos años del siglo pasado, brilló en Montevideo un médico singular, celebrado por sus curas portentosas. Se llamó Tránsito López , y era un apuesto moreno, oficial del Ejército , protegido del general Máximo Tajes, de quien fue fiel servidor. Pero un día trueca su grado de mayor por el de médico ; y comienza una carrera como tal que lo hará famoso en poco tiempo. La verdad es que realiza curas asombrosas, con una técnica terapéutica muy particular, de su invención. A todo el mundo, Tránsito López le recetaba lo mismo : un poco de agua clara. Pero no un agua cualquiera: era preciso que antes pasara por sus manos de iluminado, para adquirir así facultades curativas maravillosas. Fue tal el éxito alcanzado con estos poderes, que todo Montevideo enfermo acude a su consultorio. Pronto hay que pedirle hora con meses de anticipación. Su casa estaba atestada de pacientes de todas las clases sociales. Hubo damas copetudas que, muy agradecidas por sus hazañas curativas, le organizaron una gran colecta para regalarle un espléndido coupé. Y allá salía don Tránsito en su carruaje tirado por caballos, a visitar a sus pacientes más acomodados. Se dice que el moreno acaparó toda la clientela disponible en Montevideo; sobre todo enfermos crónicos y achacosos, que vivían esperando perennemente alguna cura caída del cielo. Bastante tiempo duró el reinado de este “medico” de poderes tan milagrosos, hasta que de golpe, y no se sabe bien por qué , su estrella se eclipsó. Su clientela fue raleando; su consultorio se volvió desértico, salvo algunos pacientes muy pobres y crédulos que seguían teniendo fe en sus virtudes portentosas…
CON CADENAS POR LA CALLE 1829: hacía 15 años que se había promulgado en el Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata la primera ley antiesclavista que decretó la libertad de vientres. Hacía ocho años que se había cerrado el liberador ciclo artiguista. Hacía tres que nuestra Provincia había declarado su independencia y decretado la abolición de la esclavitud. Sin embargo , en ese año de 1828 todavía podía presenciarse por las calles montevideanas el espectáculo oprobioso del amo impávido conduciendo a su esclavo a su esclavo sujeto con cadenas. Se conserva un documento de ese año en el cual las autoridades montevideanas, aduciendo razones de humanidad, prohíben terminantemente esa práctica indignante, que no se compadecía con nuestra condición de país libre ni con la legislación vigente. Pero deberán transcurrir todavía más de veinte años para que recién entonces , concluida la Guerra Grande, quede desterrada del país, ahora sí definitivamente, toda forma de esclavitud…
EL PRESIDENTE Y LAS MAESTRAS PEDIGUEÑAS
EL CANARIO Y LOS FARRISTAS Por las calles céntricas del Montevideo trasnochador, en las últimas décadas del siglo pasado, circulaba un cochero célebre que todos conocían y cuidaban como si fuera de oro. El hombre recorría nuestras calles de madrugada con su carruaje cansino, por cuanta inmediación hubiera de academias de baile, o antros de costumbres dudosas. El Canario – que así le decía su vasta y calificada clientela – había llegado a reconocer y a fichar uno por uno a todos los farristas y calaveras del aquel tiempo. Aparte de nombre y apellido , les sabía estado civil, profesión, malos pasos, gustos oscuros : prontuario completo. Y allá se le veía en las altas horas, recorriendo pausado el Montevideo maldito, el non sancto, para recoger de regreso a los más o menos furtivos protagonistas de las malandanzas. A veces eran personajes públicos conocidos; pero más corrientemente hijos “de familia”. O si no , simplemente, farristas de segunda categoría, anónimos. Pero el Canario no hacía distingos ; a todos servía con la misma probidad y la misma discreción.
LA IMPLACABLE ESCARLATINA A poco de iniciada nuestra vida independiente, en 1836, Montevideo padeció una temible epidemia de escarlatina, que en pocos meses se llevó numerosas vidas. No era la primera vez que azotaba a nuestra ciudad : había habido otra en 1802 , pero muchos menos mortífera. La nueva epidemia se extendió entre los meses de marzo y junio de 1836 , y en ese período se produjeron 258 defunciones, entre adultos y niños . La cifra es elevada , si se toma en cuenta que Montevideo no contaba con más de 24.000 habitantes ; lo que representa un índice de mortalidad de 11 por mil, porcentaje elevadísimo. Y eso que no se incluyen a los que puedan haber fallecido sin asistencia, o con diagnósticos imperfectos, que no se contabilizaron como escarlatina aunque lo fuera. A ello hay que sumar el hecho de que , en los tres primeros meses del año siguiente, los anales médicos registraron la llegada a Montevideo de un mal que en la época se calificó de “peste de anginas” ; pero hoy la medicina sabe que esa peste fue seguramente una derivación de la propia escarlatina anterior.
LA VIDA COTIDIANA EN EL VIEJO MONTEVIDEO
Los españoles de Montevideo son muy ociosos; ellos no se ocupan casi, más que en conversar en ruedas, tomar mate y fumar un cigarro. Los comerciantes y algunos artistas, en muy escaso número, son las únicas personas ocupadas en Montevideo. No hay allí ninguna tienda a la vista, ni tampoco letreros que la anuncien ; sin embargo ,suele encontrarse alguna en el ángulo formado por el encuentro de dos calles. Por lo demás, el mismo comerciante vende vino, aguardiente, géneros, ropa blanca y quincallería etc. La manera de vivir de los españoles es muy simple. La costumbre hace que las mujeres y los hombres se levanten muy tarde, excepto aquellos que están empleados en el comercio, permaneciendo entonces de brazos cruzados, hasta que se les ocurre la idea de ir a fumar un cigarro con alguno de sus vecinos. Es así que , muy a menudo , se les encuentra delante de la puerta de una casa conversando y fumando. Otros, en cambio , montan a caballo, pero no para hacer un paseo por los alrededores, sino simplemente para dar una vuelta por las calles. Si el deseo los lleva, descienden del caballo, se juntan con algunos amigos, hablan dos horas, sin decirse nada , fuman, toman mate y vuelven a montar a caballo. Durante las horas de la mañana, las mujeres, permanecen sentadas en los taburetes de sus salas, teniendo bajo los pies una estera y arriba una cubierta de indios o de pieles de tigres. Allí , tocan la guitarra o algún otro instrumento y cantan y toman mate, mientras los esclavos preparan la comida en su apartamento. A las doce y media o una, se sirve el almuerzo que consiste en carne de vaca, preparada de diferentes maneras, pero siempre con mucha pimienta y azafrán. Se sirve algunas veces guiso de cordero, que aquellos llaman carnero , también pescado y aves, aunque es muy raro ; la caza abunda en el país, pero los españoles, en cambio, no son cazadores, por cuanto este ejercicio los fatigaría. El postre es siempre compuesto de dulce y confituras UN ANTIGUO EDIFICIO
LA PLAZA DE LA VERDURA
EL ALUMBRADO PÚBLICO Figurésmosnos una población en tinieblas, con más huecos, zanjas , estorbos y desperfectos que otra cosa ; en que para salir de noche, era preciso hacerlo con linterna, para evitar tropezones y caídas, por cuanto uno que otro farolito en la puerta de alguna esquina, no suplía la necesidad de alumbrado en las calles. Se hacía indispensable el alumbrado público, siquiera en la calle principal de San Pedro y en una que otra de lo más poblado. El año 1795 acordó el Cabildo establecerlo , sacando a remate el ramo. Maciel “El padre de los pobres” , lo remató en sociedad con don Juan de Molina. Creóse desde entonces el impuesto de alumbrado, fijándose real y medio por puerta. Dotaron a lo más poblado de la ciudad de faroles, de forma ovalada, altos, con largos pescantes de hierro. El alumbrado se hacía con velas de sebo. Las velas se fabricaban en el establecimiento de velería de Maciel, sito en la calle de San Miguel, contiguo a la plazoleta entonces de San Francisco. Tan bien servido estaba, que al decir de los antiguos, conservaba luz hasta el amanecer. Era curioso el procedimiento de encender los faroles. Los buenos de los tíos Francisco, Juan, Manuel o José, recorrían las calles al oscurecer con la escalera al hombro y la gruesa mecha encendida para encenderlos. Otra de las operaciones en que se singularizaban aquellos buenos africanos, era la de mudar las velas a media noche, a despecho del pampero cuando soplaba fuerte, o de la lluvia. Con la escalera al hombro y la caja de las velas a la espalda sostenida con una correa, corrían apresuradamente las calles , y en un santiamén mudaban las velas de los faroles, recogiendo los cabos de las consumidas, que iban a parar a la gaveta. La misma operación practicaban en las tardes siguientes, a fin de proveerlos de velas para el alumbrado de la noche. Por muchos años el alumbrado de esta ciudad fue servido con velas de sebo, hasta el año treinta y tantos en que , modificada la forma de los faroles primitivos, se sustituyó con el de aceite de potro, que por su olor, hubo que reemplazarlo con aceite de otra clase, aumentando medio real por puerta el impuesto. Después vino el uso del querosene y el del gas. NUMERACION DE PUERTAS
(Isidoro de María de “Montevideo Antiguo”) LA CAZA
PAN Y CARNE
¡QUE TIEMPOS AQUELLOS! Los antiguos, en la sencillez y honestidad de sus costumbres, ajustaban sus procedimientos a la buena fe , a las honradez de su palabra en los negocios de la vida, más que a documento escrito. Nadie se preocupaba , entre amigos, de exigir , por ejemplo, recibo de los pagos, de los préstamos o de los débitos , por cuantiosas que fuesen la cantidades. Todo se libraba a la buena fe de las personas. La palabra del hombre de bien valía más que el mejor documento, y el exigirlo se miraba como una ofensa. El amigo mandaba pedir un talego en préstamo al amigo , y éste sin vacilar se lo enviaba , sin ningún género de recibo. Otro iba a efectuar un pago en onzas de oro, y el recibidor rehusaba contarlas sin temor de engaño. Quién recibía para guardar una caja de prendas, un talego de dinero, a la buena fe, sin ningún género de constancia , y en la misma forma se hacía la entrega, de cierto , sin falta de un maravedí. El inquilino paga el mes de casa , sin recibo , seguro de que no se le cobraría dos veces. En todo, la buena fe era la regla. Una vez , allá por los años 23 o 24 , fuimos testigos de un hecho que dará la medida de cómo se procedía hasta aquellos tiempos. Pasando un día un abastecedor, de nombre Pío García, por la calle de los Judíos apeóse del caballo en la tienda de don Antonio Fariña, a quien dejó para que le guardase un pañuelo con una cantidad de onzas de oro, diciéndole que pasaría después a recogerlo. Transcurrieron días y días sin que García apareciese por él. Completamente lo había olvidado, sin duda por no necesitar aquel dinero. Así pasó un tiempo, hasta que quiso la casualidad que pasando un día a caballo por frente a la tienda, violó Fariña y lo llamó diciéndole : “Amigo García, Ud. se ha olvidado del pañuelo con dinero que me dejó a guardar hace tiempo. Espérese voy a alcanzárselo” . “Amigo don Antonio , contestóle García, no me había acordado , pero estaba seguro en su mano. Bueno, lo llevaré, aunque siento se incomode en dármelo” Y dicho y hecho. Devolvióle el pañuelo de onzas como lo había recibido , sacándolo de abajo del mostrador donde lo tenía colocado, porque en aquel tiempo no se usaban las cajas de fierro con una ni dos llaves , ni se enterraban ya las onzas de oro y pesos fuertes en botijuelas, o se escondían entre los tirantes o las tejas del techado de las casas, como fue muy común efectuarlo por temor de saqueo, cuando el ataque de la plaza por los ingleses, o cuando los desordenados de Otorgués cometían tantos robos.
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