Regulo la estatura media de los Charrúas una pulgada superior a la española; pero los individuos son más igualados, derechos y bien proporcionados, sin que entre ellos haya un contrahecho o defectuoso, ni que peque en gordo ni en flaco. Son altivos, soberbios y feroces; llevan la cabeza derecha, la frente erguida, y la fisonomía despejada. Su color se acerca tanto o más al negro que al blanco, participando poco de lo rojo. Las facciones de la cara, varoniles y regulares; pero la nariz poco chata y estrecha entre los ojos. Este algo pequeño, muy reluciente, negro, nunca de otro color, ni bien abiertos. La vista y el oído doblemente perspicaces que los de los españoles. Los dientes nunca les duelen ni se les caen naturalmente aun en la edad muy avanzada, y siempre son blancos y bien puestos. Las cejas negras y poco vestidas. No tienen barbas , ni pelo en otra parte, sino poco en el pubis y en el sobaco. Su cabello es muy tupido , largo, lacio, grueso , negro , jamás de otro color, ni crespo, ni se les cae: sólo encanece a medias en edad muy avanzada. La mano y pie algo pequeños y más bien formados que los nuestros : el pecho de las mujeres no tan abultados como el de otras naciones de indios. No se cortan el cabello, y las mujeres le dejan flotar libremente pero lo atan los varones y los adultos ponen en la ligadura plumas blancas verticales (…) Nadie cubre la cabeza y los varones van totalmente desnudos sin ocultar nada ; pero para abrigarse cuando hace mucho frío , suelen tener una camiseta muy estrecha de pieles sin manga ni cuello (…) No tienen juegos, bailes , cantares ni instrumentos músicos , tertulias ni conversaciones ociosas y les es tan desconocida la amistad particular, como que nunca se avienen dos para cazar, ni para otra cosa que para la común defensa. Su semblante es inalterable, y tan formal que jamás manifiesta las pasiones del ánimo. Su risa se limita a separar un poco los ángulos de la boca, sin dar la menor carcajada. La voz nunca es gruesa ni sonora, y hablan siempre muy bajo, sin gritar aun para quejarse si los matan: de manera que si camina uno diez pasos adelante , no le llama el que le necesita, sino que va a alcanzarle (…) Los varones cabezas de familia se juntan todos los días al anochecer, formando círculo sentados en sus talones, para convenirse, en las centinelas que han de apostar y vigilar aquella noche, porque nunca las omiten, aun cuando nada teman. Dan cuenta allí de si en lo que han caminado aquel día han descubierto indicio de enemigos, y hace cada uno relación de los campos adonde irá a cazar. (Félix de Azara de “Historia del Paraguay y del Río de la Plata”)
EL INDIO
Fernán Silva Valdés de “Poemas Nativos”
Venía
no se sabe de dónde.
Usaba vincha como el benteveo,
y penacho como el cardenal
Si no sabía de patrias sabía de querencias.
Lo encontró el español establecido;
pescador en los ríos, cazador en los bosques,
bravío en todas partes, y cerrándole el paso
con arreos de guerra, vivo o muerto,
siempre como un estorbo, siempre como una cuña
entre él y el horizonte.
Modelando en barro de rebeldías,
pasa como una sombra, desnudo y ágil,
por los senderos ásperos de la Leyenda.
Esbelto, musculoso, retobado en hastío,
entre cobre y rojo estaba su color;
una señal de guerra le hacía punta a su instinto
y entonces, por sus venas
en vez de correr sangre corría sol.
Vadeaba los arroyos en canoas;
entraba a las querencias de las fieras,
o ambulaba durante varias lunas
en una aspiración horizontal
-Curtido de intemperie,
rojo de sol o húmedo de tormentas-
en los días rayados de chicharras
o en las noches tubianas de relámpagos.
La conquista española enderezó sus rumbos;
y las tribus que erraban por rutas diferentes
se ataron en un haz, alrededor de un jefe,
para rodar a un tiempo
como las boleadoras.
No sabía reír ni sabía llorar;
bramaba en la pelea como los pumas,
y moría sin ruido, cuando mucho
con un temblor de plumas, como mueren los pájaros.
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