Recostado al mostrador, sosteniendo en su mano un vaso de caña, no podía apartar de su cabeza el recuerdo, la figura de María. Desde que él había llegado a la vivienda de su hermano en el arrabal de esta ciudad de frontera, la existencia de esta vecina lo tenía trastornado. Y no era para menos. Nunca sus ojos de peón de campo había visto mujer tan linda.
El pelo renegrido, su labios carnosos, los pechos generosos y aquellas ancas, eran capaces de enloquecer a más de uno. Cada vez que veía pasar al marido rumbo al cuartel a tomar el servicio, una mezcla de envidia y rabia subía por sus venas. Se imaginó muchas veces ser él, el dueño de ese cuerpo y a veces soñaba despierto y no podía apartar su nombre y su figura de su cabeza. Apuró el último trago , y salió de la cantina prendiéndose el saco que lo hacía sentir un poco incómodo y ridículo. Pero había que estar vestido así esta noche. Se festejaba el bautismo de uno de los tantos gurises del barrio y todo el vecindario estaba invitado. Cuando llegó estaba la fiesta armada, un bandoneón y una guitarra convocaban al baile y ya varias parejas giraban en la pista. Ella estaba allí, parada y sola, contra una pared. Cuando el se dio cuenta ya estaba junto a ella invitándola a bailar.
La abrazó y al sentir la cercanía de su cuerpo tibio y deseado no pudo menos que entrecerrar los ojos para vivir ese nuevo sueño. Bailaron una y otra más. Apenas avanzaban por la pista al compás de un tanto lento cuando casi inmóvil, ella le dijo bajito : …” …”Sacame de aquí” … El corazón de él se paralizó. No podía ser que el destino le diera así de golpe el paraíso en la mano. El apretó un poco más , y mirándola a sus ojos, quiso decir algo, pero ella volvió a repetir…” Sacame de aquí” … El, sin poder creer todavía este regalo del cielo le preguntó: “Entonces, te vas conmigo? … los ojos y los labios de ella le respondieron “No, te estoy diciendo que me saques de aquí porque se me metió un taco en un agujero del piso “…
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