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Los niños de mis versos barrileros
no tenían zapatos….ni escopetas,
pasaban en la calle – todo el día –
jugándose a los trompos la pobreza.
Mirábamos la luna – todos juntos –
morfando una preñada e mortadela,
con una infancia de ocho años –puestos –
en un parcito de alpargatas “Rueda”…
Revoleando esa suerte – a la marchanta –
trepábamos las tapias de las siestas…
Afanando naranjas en los patios
pa comerlas sentaos …en la vereda.
Pero …cada diciembre, prometíamos…
ser niños más buenos de la tierra,
con tal que nos “donaran” – para el “Judas” …
Un traje viejo y una camiseta…
y …armábamos un hombre sin zapatos
con una pata larga y la otra renga,
con los brazos abiertos como un Cristo
relleno de aserrín y pasto seco…
La cara del muñeco – sin bolsillos –
se reía sentado en la vereda
y nosotros atrás de las vecinas…
-Un vintén pal “Judas” – le pedíamos –
- Un Vinten pal “Judas” – repetíamos –
-¡Deale Doña un vintén, no sea macheta!
Y la cara del hombre – sin bolsillos –
Se reía, sentado en la vereda…
EL TABLADO DE MI BARRIO
Por. Roberto Bianco
En la esquina de mi barrio , había un tablado, adornado con bombitas de colores y tal como aquellas matronas de principios del siglo pasado, Lucía del barrio se ofrecía a darle unas manos a la cal…
Despues vendría algún buen vecino que en vísperas de carnaval se disfrazaba de Picasso en formación para pintarle angelitos-culones, tocando la corneta…una extraña troupe de arlequines, pierrot, colombinas provenientes de una excéntrica corte carnavalera, que por su laicidad hasta se le perdonaba su sarcástica mueca y su grotesco.
Y llegaba la noche de la inauguración del carnaval…La noche que se prendían todas las luces del tablado, la cuadra, los balcones y las vidrieras de los pequeños negocios de la esquina. El “Gordo” bolichero de la esquina del tablado… Presidente de “Dina” comisión del tablado para esa noche se sacaba el saco blanco de almacenero y estrenaba un saco sport color mostaza…que le chingaba de atrás.
Tuvo la habilidad el viejo tablado de emparejar los pelos. Se plantó lo más orondo en las esquinas de mi barrio y fue de la noche a la mañana El Teatro Popular levantado con el esfuerzo de todo el barrio, el más popular porque no se cobraba entrada y cada cual transportaba su platea, un banquito o una silla.
Sonaban cohetes y matracas, pitos y cornetas, el botijerío, corría de una a la otra punta del tablado y se tiraba al vacío como desde un trampolín, todo era alegría.
Y allá los altoparlantes, sonando a todo volumen , la voz de Alberto Castillo… “Tamboriles, tamboriles/ tamboriles que ya suenan/ y hacen repicar los parches/ los morenos de mi tierra” …y allá arriba la luna, se reía y se reía como una escarapela de carnaval.
Unos tanques de alquitrán – muy aboyados – y unos cuantos tablones – con licencia – sirvieron para armar muchos tablados que alegraron mis noches barrioteras. Tenían a los costaos, garabateados – sobre sus pollerones de arpillera – dos yobacas con alas harto flacos y angelitos tocando la corneta.
Y …fue tal vez, algún “Picasso” e barrio con el talento aun en camiseta quien hizo los muñecos del tablado con alambrina, engrudo y diarios viejos. La “Dina” Comisión que regenteaba el destino precario del proscenio la presidía un dolor de dos papadas que los murguistas le dedicaban versos.
Tuvo la habilidad, el viejo tablado de emparejar los pelos como un templo común a todo el barrio donde hacían de “Dios” los comparseros. Donde sentó sus reales el Candombe y corearon Fadiños los “trouperos” y los “Al Jonson” – de cualquier esquina – cantaban en ingles pintaos de negros. Fue en el Coliseo donde gargantearon su “O sole mío” los “Carusos” reos, donde algún pulastrun…pintarrajeado destrozaba “La Danza de los velos”…
ESTAMPAS MONTEVIDEANAS
CON EL TERMO ABAJO ‘EL BRAZO
Por. Roberto Bianco
En este país tan nuestro, tan chiquito (donde siempre cabe otro), generalmente las influencias de otras culturas nos llegaron tarde, prácticamente cuando ya perdieron actualidad como tales en su país de origen. No todas ¡claro! algunas sobrevivimos el arte, la religión, las noticias, la música etc. etc. Entonces nosotros cada uno de esos elementos la adoptamos, las recauchutamos, le cambiamos la cara, les disimulamos las abolladuras, las alisamos, lo atamos con alambre, le dimos una mano de laca, las semi-habituamos a nuestras costumbres y ahí quedaron, como nacidos.
Con esta clonación de etnias permutadas, salimos a recorrer a patacón(1) por cuadra las ciudades del mundo. Era en los difíciles tiempos del desbande, cuando no quedaba otra alternativa que el exilio, para peor, además de andar con la identidad forfait(1) falto de muchas cosas), escasos de indicios de identidad-autóctona, ya que nuestros indios no nos dejaron ni rastros de obras artesanales o piezas musicales para chiflar (a al menos) o alguna referencia, para mandarnos la parte y decir por ahí, que tenemos orígenes. Unas boleadoras y puntas de lanzas de piedra, que cada medio siglo aparecen desparramadas en alguna urna de cristal, No da!. Una morondanga de historia indígena, que nos duele por su holocausto final. Pero toda escasez tiene su ley de compensación, la alegría de ser quienes inventamos el mate. ¡Que te queda Introzzi!.. Táa!
La inventamos nosotros, porque fuimos sus introductores en el mundo, no precisamos de espiches publicitarios, ni de multi-campañas internacionales, fuimos los propios expositores de nuestro producto, de ahí que, las milenarias culturas, las sociedades ultra-vanguardistas, así entendieron esta simbiosis de uruguayo con el mate.
Esto quiere decir que en la práctica de las ciencias aplicadas del matero empedernido, ilustra una cultura infusión al y lo demostramos con orgullo, cuando aparecemos en cualquier foto que nos sacan en alguna plaza del mundo “estatuados”, postura de prócer, luciendo vestidos típicos, pantalones vaqueros, champeones Adidas, el termo abajo ‘el brazo, una sonrisa gardeliana y levantando el mate (con la derecha), como un trofeo. Su carácter folklórico se ha establecido como costumbre regional, parte de nuestra identidad o cultura. Después de largar la teta, nos prendimos a la bombilla. Nuestros tatarabuelos hicieron lo mismo y nuestros tataranietos lo harán igual, sorberán con deleite esa infusión diurética que estimula el “Yo” uruguayo.
Tuvieron que ser los de afuera que nos descubrieran como destacados tomadores de mate. Si habrá sido de importante (más que el asado, el dulce de leche y la murga uruguaya), que los porteños de Buenos Aires, por única vez en la historia de nuestro intercambio cultural, adoptaron la costumbre de tomar mate “con termo abajo ‘el brazo”. Tuvieron que aparecer imitadores para que le diéramos real importancia a esta costumbre tan “yorugua” según ellos. Diga que tomando mate nunca nos ataco el tic de hacer el ridículo, ni sentado en un banco de Peatonal Florida o caminar por plaza Lezama de Buenos Aires, como lo hacía Don Jorge Luís Borges, del bracete de Ernesto Sábato o Mujica Laínez chamuyándole al oído el enciclopédico favor de sus reumas metafísicos o sentados en un mullido sillón del centenario Café Tortoni, nos agarró la madrugada mateando solo, mientras en otra mesa Julian Centeya, chamuya para quienes lo quisieran escuchar su lírica lunfarda, en tanto a su costado, dos javies(3) lo fichan(4) de reojo, tomando té.
Nunca creímos haber hecho el ridículo tomando mate en el lugar de la tierra que estuviéramos, tal vez porque llevamos puesta como un escudo nobiliario, nuestra identidad de materos, eso también (mal le pese a muchos), lo heredamos de los inmigrantes, que no se avergonzaron nunca de su caripela pecosa, su nariz de frutilla, su gorra ladeada, su risita de arcángel, su jerigonza cocoliche, que sirvió para darle letra a los primitivos saineteros y letristas de tangos que solo habían aprendido que las pilchas de las minas empezaban y terminaban en percal.
Nada de eso los hizo avergonzar, era otra vergüenza la que traían escondida muy debajo de su sonrisa taciturna y que a veces los hacía bajar la cabeza para esconder un sagrado dolor, que solo pudimos entender, quienes como ellos, alguna vez, tuvimos reencontrarnos con nuestra identidad agredida, con miedo y hambre, fue cuando elegimos, tomarnos el buque y mandarnos mudar.
LUNFARDISMOS
(1) patacón: (lunf.) Como no tenía ni un peso duro (de la antigua moneda rioplatense) ni monedas para el ómnibus, se fue a pié.
(2) forfait: (Fr.) Comúnmente se dice andar en la yaga. Sin un peso. Falto de todo.
(3) javies: (vulg.) Afectivamente vieja al revés.
(4) fichan: (pop.) Lo registra, lo mira fijo, lo sigue con la mirada sin perderle la pisada.
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