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TESTIMONIOS DE NUESTRA IDENTIDAD
Por Nancy Ramos Boerr "fredda"

guyunusa@yahoo.com
freddatestimonios.com
   

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TESTIMONIOS DE NUESTRA IDENTIDAD
Nancy Ramos Boerr “FREDDA”
nrguyunusa@gmail.com
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guyunusaz@yahoo.com
freddatestimonios.blogspot.com

PREMIO GUYUNUSA- PRIMER PREMIO POESÍA ÉPICA LITERARIA INÉDITA CONCURSO ”Dr. PEDRO FREIRE”  año 2008
De ALBA ESTELA DE LOS SANTOS GONZÁLEZ:  “ROMANCE DE MUERTE Y GLORIA”
Jurado:
           ESCRITORA GENTA HORGALES
           PROFESORA DE HISTORIA MELBA PÍRIZ CORNALINO
           PROFESOR  JORGE BAEZA

"Raza", adscripción étnica y genética en Uruguay (Parte I)
Fuente: msan@fhuce.edu.uy

DÉCIMO SEGUNDO CONCURSO NACIONAL DE NARRARIVA HISTÓRICA Y POESÍA ÉPICA LITERARIA INÉDITA “DR. PEDRO FREIRE” AÑO 2009
JURADOS: ESCRITORA GRACIELA GENTA HORGALES
                    PROFESORA MELBA PÍRIZ CORNALINO
                    PROFESOR JORGE BAEZA
3ER. PREMIO NARRATIVA HISTÓRICA de JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ MILÁN
“LOS DESERTORES DEL PASO DEL SOLDADO”

 

PRIMER PREMIO NARRATIVA HISTÓRICA 13er. CONCURSO NACIONAL “DR. PEDRO FREIRE” Año 2010 - ÁNGEL CÉSAR GONZÁLEZ CATOIRA- “MÉDICO DE GUARDIA”
JURADO: ESCRITORA GRACIELA GENTA HORGALES-PROFESORA MELBA PÍRIZ CORNALINO - PROFESOR JORGE BAEZA

En forma de reconocimiento a quien no gustaba de los homenajes y se fue como vivió: humildemente y en silencio. A quien trató  la historia con respeto y fidelidad al documento. A quien fuera cuestionado hasta por sus propios pares por el interés en sus estudios sobre los Charrúas,  y en nombre de todos aquellos que de una forma u otra admiramos y respetamos su trabajo; desde este espacio en la Revista Raíces, vamos a ir compartiendo  documentación de Don EDUARDO ACOSTA Y LARA en LA GUERRA DE LOS CHARRÚAS.

 


 

MARÍA MICAELA GUYUNUSA

Por. Nancy Ramos Boerr

Guyunusa nació en el actual departamento de Paysandú el 28 de setiembre de 1806 y fue bautizada el 6 de julio de 1807 por el R.P.P. Fr. Ignacio Maestre, con el nombre de MARÍA MICAELA hija natural de la india MARÍA ROSA, charrúa, siendo sus padrinos MANUEL MEDINA y VICTORIA CAMBAYAÉ.
Hace aproximadamente unos tres años, en ocasión de presentar la muestra TESTIMONIOS en la ESCUELA RURAL DE LOS ALTOS DEL PERDIDO en CARDONA, se nos aproxima un señor y nos cuenta que no hacía mucho un vecino del lugar, de quien tiene plena confianza en la veracidad de sus dichos, le había comunicado que GUYUNUSA, no sería hija de la INDIA MARÍA ROSA, sino criada por ella.Según testimonios de este señor, un hermano de MARÍA ROSA, había encontrado a la niña después de una de las tantas matanzas organizadas contra los charrúas y éste le había pedido que la criara como si fuera su hija.Es un testimonio oral no confirmado, pero es otro más de los interrogantes sobre esta grandiosa mujer que fue la fuerza de sus compañeros en cautiverio!

Guyunusa era Charrúa o Minúan? Según AZARA en “LOS CHARRÚAS, INDIOS SILVESTRES”…….”los varones no se adornan con pinturas ni las mujeres usan sortijas, arracadas ni adornos, pero el día que aparece la primera menstruación, las pintan tres rayas azules obscuras: la una cae verticalmente por la frente desde el cabello a la punta de la nariz siguiendo el caballete de ésta, y las otras dos una al través de cada sien. Estas rayas son indelebles; porque las ponen picando la piel y poniendo arcilla negrizca”. 
De las mujeres MINUANES, dice Azara “en la primera menstruación se pintan hoy las mozuelas como las Charrúas, aunque algunas omiten las rayas de las sienes, siguiendo en esto su antigua costumbre”
DARÍO ARCE en su reciente investigación “NUEVOS DATOS SOBRE EL DESTINO DE TACUAVÉ Y LA HIJA DE GUYUNUSA”, trascribe parte de una nota publicada en LE NATIONAL, en Francia
…”Michaela, muy bonita para una Charrúa, no tiene otra particularidad física de notar que los rasgos de un tatuaje que lleva sobre la frente y sobre la nariz. El tatuaje, tan común en los mares del sur y los Americanos del Norte es poco esparcido en el sur.

Entre los Charrúas, es sólo practicado en las mujeres y se limita a tres rayas azules que se extienden verticalmente sobre la frente, desde la raíz del cabello hasta la punta de la nariz”….
Dos meses después de la muerte de SENAQUE, GUYUNUSA da a luz una niña concebida antes de su partida de América; “ella tuvo el viernes 20 de setiembre, a las nueve de la noche, una pequeña niña”. “Tacuavé tuvo pequeñas atenciones para con su mujer; fue él quien la asistió durante la noche y le dio de beber”José Joaquín Figueira es quien en 1958, rescata de los archivos municipales de LYON, la partida de defunción de MICAELA GUYUNUSA.“El veinte y tres de Julio de mil ocho ciento treinta y cuatro a las once horas de la mañana, ante nosotros intendente de Lyon han comparecido los señores Anthelme Nochet, de treinta y seis años y Etienne Tissot cincuenta años, empleados en el hospital de enfermos de esta ciudad, quienes han declarado que Micaela Guyunusa, de veintiséis años, nacida cerca del río Uruguay (América Meridional) domiciliada en Cour des Archers, número…esposa de …Tacuabé que estaba sin oficio, ha fallecido ayer de noche a las nueve. Lectura hecha de la presente acta a los declarantes, estos lo han firmado con nosotros

De la niña de GUYUNUSA sabemos muy poco, excepto lo que se testimonia después del parto en París:…….La pequeña charrúa nació a término, su cabeza es muy chiquita, sus cabellos son de un negro azabache y muy espesos; su piel es de color tierra de Siena oscura, como la de sus padres. Su madre no pudiendo alimentarla, se dijo, se le dieron alimentos que ocasionaron una inflamación de la barriga, y después del cuello de la vejiga; de ahí la retención por la cual la he examinado. Exigí que esta niña sea alimentada por su madre; hoy se encuentra bien. (Dr. Tanchou, publicado en el diario LA CAZETTE DES HOSPITAUX. Unos dicen se llamaba LIBERTAD, MICAELA, CAMILA, MICHELE: hoy sabemos gracias a la investigación del Antropólogo uruguayo DARIO ARCE, en la investigación que citamos anteriormente que esa niña en realidad fue nombrada como CAROLINA, y consta en su acta de defunción, encontrada por dicho investigador.

Dice DARIO ARCE: “como último hallazgo y objeto principal de este artículo (NUEVOS DATOS SOBRE EL DESTINO DE TACUAVÉ Y LA HIJA DE GUYUNUSA), publico aquí la partida de defunción de la hija de Micaela Guyunusa. (se trascribe la copia del acta)
El documento, que es el último en el que aparece el nombre de Tacuavé y de la hija de Micaela Guyunusa indica los siguiente:
“El veintinueve de agosto de mil ochocientos treinta y cuatro a las dos y cuarto de la tarde, ante nosotros intendente de Lyon han comparecido los Sres. Jules Lalounet, de treinta y cinco años pintor y decorador, gran calle Mèrciere número 56 y Jean Jacques Chardonnet, cuarenta años trateur misma casa, quienes han declarado que Caroline Tacoubé, de un año, nativa de París, hija de Laurent doméstico, viviendo en la susodicha casa y de la difunta Michella Guyunusa ha fallecido ayer de noche a las cuatro horas. Lectura hecha de la presente acta a los declarantes, han firmado con nosotros.”


 

LUIS RAMÓN ALONZO JESÚS
MENCIÓN NARRATIVA

LAS GALLINAS CONSPIRADORAS

   El sol comenzó a golpear con fuerza, ya son las dos y pico de la tarde y se nota que  el calor  va consumiendo el poco frescor que quedaba en el aire.-
   En las sombras de las casas con techos  a medio punto en paja y escaso lujo, se refugia  un grupo de milicianos defensores.-
   Este cantón que los agrupa, está  bajo las órdenes del Comandante Pedro Rivero, Jefe de la línea, que tiene a su defensa el flanco Oeste de la ciudad y se encuentra ubicado varias cuadras al este de la plaza principal, bastión de la defensa.-
   En este grupo y  a la espera de nuevas órdenes, el Teniente Pons y el ayudante Fonseca  recién llegados de donde está instalado su menguado batallón unas calles al sur, charlan con tranquilidad acuclillados contra gruesas paredes de adobe;  hablando de pequeñeces domésticas y familiares.-
   La charla termina derivando prontamente en asuntos del conflicto que los involucra; recuerdan  que  llevan ya dieciocho días de sitio, desde que arribaron de tropas de Flores por el Sur, aquel primero de Diciembre, y luego barcos de la armada brasilera creando bloqueo al puerto y sus tropas de infantería y artillería por el Norte.-
   Como milicianos de la plaza de Paysandú,  nacionalistas fieles al gobierno, llevan con determinación la tarea de su defensa, acaudillados por su comandante  el General Leandro Gómez.-   
   Van ya dos días que  los sitiadores no han hecho movimientos que atraigan la atención de forma destacada, sólo algunos de sus jinetes han recorrido la costa del rio y la zona norte de las trincheras en el bajo, sin mayor novedad;  y se han retirado sin un tiro, según informó la guardia apostada en ese lugar.-
   En vista de esta tranquilidad aparente, y con la venia de su Jefe de Día, resuelven salir de recorrida por sus trincheras de esa zona en particular,  para  ver cómo se encuentra la moral y disposición de los demás compañeros, que son  primera línea de defensa.-
   Después de cargar sus fusiles en bandolera, y las cantimploras con agua de pozo,  salen con marcha firme hacia el ángulo noroeste de la ciudad acuartelada.-
   Van charlando con sus compañeros, que no aportan más novedades que las sabidas y la predisposición incondicional a la defensa motivados por el General.-
   Resuelven adelantarse algo más, pasando delante de las barricadas  para poder observar más de cerca al enemigo; van escurriéndose detrás de los ranchos y algunas casas patricias abandonadas.-
   Así avanzan unos doscientos metros hacia la zona del puerto cuando desde un montecito, compuesto por tres o cuatro árboles petisos y matas de calas en flor a unos diez metros delante de ellos se escucha un fuerte y alertador cacareo.-
   Alcanzan a ver allí, un  grupo de algo más de media docena de gallinas batarazas  que se alborotan con la presencia de estos dos milicos.-
   Prontamente retroceden, pues aunque no se ven vigías de los sitiadores, saben de sobra que éstos no están muy lejos, y si en el silencio de la tarde estos cacareos los alertó,  pueden hacer blanco en ellos si se les presenta la oportunidad; así que resuelven abortar la expedición.- 
   Llegan retrocediendo rápidamente hasta una señorial casa abandonada que les brinda un buen resguardo y descansan allí de su carrera por entre los escombros.-
-        ¡Qué gallinas lambetas! comenta Pons
-        ¡Ni que fueran brasileras! le responde Fonseca con cierta rabia e ironía a  la vez.
-        Veníamos lindo, pero por aquí no vamos a poder avanzar mucho más, y este es el único espacio con algo de cubierta que tenemos, porque para los lados sólo hay un vasto erial que nos dejaría en evidencia fácilmente.  refuerza el teniente
-        Se ve que las gallinas están cómodas ahí, y no se van a mover, seguro están acostumbradas al lugar,  parecería que es el fondo de esta casa, y seguro que por ahí tenían el gallinero las matreras. razona en voz alta el Ayudante
-        Seguro que hasta aquí llegan los brasileros o los de Flores a caballo, y hasta puedo asegurarle que hacen el rancho en esas sombritas y como les dejan algo para ellas, ni corte que le dan. responde Pons malhumorado.
-        Entonces  son más que unas traidoras, esto sería un acto de conspiración más bien.   responde rápidamente su compañero.-
   Pasan unos minutos y Pons trae a sus recuerdos que hace ya unos cuantos días que el rancho, viene a puro charque reseco y polenta quemada, así que le surge una idea casi brillante.-
-        ¿Segundo, sabe que pienso que tiene razón? Estas gallinas, queriéndolo o no se han vuelto cómplices de nuestros enemigos, y no podemos desoír las ordenes de nuestro jefe; ¡así que tendremos que proceder a ejecutar estas enemigas de la patria!  dijo Pons, con toda la parsimonia militar, pero pensando más en un buen puchero, que en la inseguridad que las gallináceas podrían crear en el sitio.
-        ¡Sin duda alguna mi teniente!. responde el segundo al momento, vislumbrando lo que tenía en mente el superior.-
-        No las podemos matar a tiros ni tampoco salir a correrlas ahora, así que calculo que lo mejor es esperar la noche, es en ese momento que ellas están más tranquilas, las tomemos por sorpresa y en silencio, así lograremos hacerlas pagar por impías. razona rápidamente Pons
-        Si me lo permite, yo le quisiera sugerir  de algo que puede servirnos a nuestro noble propósito de forma efectiva;  lo sé por experiencia propia, aunque  en otras circunstancias menos exigentes. dijo el ayudante.
-        Cuente usted, soy todo oídos.
-        Tendríamos que armar una cimbra en la punta de alguna tacuara o rama de unos dos metros más o menos, eso nos evitaría tener que acercarnos tanto y además, si la agarra bien del pescuezo, ni tiempo a un cacareo le va a dar, así las otras no se nos van a alborotar. detalló finamente el segundo, dejando entrever su proficua experiencia en este tipo de actividades.-     
  A eso de las once de la noche, los expedicionarios vuelven a incursionar en el sitio donde se encuentran las gallinas, y con certeras maniobras de la cimbra, van ajusticiando de  una en una a las supuestas traidoras.-
   Salen con extrema cautela una vez terminada la fajina, pues no quieren despertar sospechas de ninguna de las partes, en particular la de sus compañeros, para no tener que hacer un repartido de las finadas, que en un total de nueve contando una polla de ya gran porte, son trasportadas en un par de bolsas rumbo a su batallón.-  
   Con la excitación y el apresuramiento, salen por un lugar distinto y entran por error en un gran patio; donde encuentran a alguien durmiendo en un rincón sobre unos cojinillos prolijamente ordenados.-           
   El teniente golpea con su pie al adormilado, y le pregunta dónde está la salida, para la plaza, y éste se endereza de un salto.-
-        ¡Ahora le voy a mostrar la salida! – responde el Coronel Tristán Azambuya que es reconocido en el momento por ambos expedicionarios.-
   Prontamente el Coronel, después de interrogarlos brevemente, y viendo allí un acto de pillaje, aunque menor, los lleva detenidos al Cuerpo de Guardia, donde quedan presos, en riguroso silencio, hasta el arribo del Jefe de Día, para que tome  declaraciones y resuelva.-
   Al despuntar el alba, el Coronel Aberastury toma la Jefatura y les traen a los dos detenidos con su carga gallinácea a cuestas.-
   Después de escuchar detenidamente las circunstancias del hecho, y viendo claramente el motivo por el cual se había disparado la acción, comenzó a reír, y solicita al Coronel Azambuya que autorice su liberación.-
Azambuya está evaluando el tema con la misma disposición y sonriendo, al igual que el Jefe de Día,  cuando de forma repentina, el  Teniente Pons da un paso al frente, se cuadra en marcial saludo y le pide la palabra, la cual le es dispensada por éste.-
-        Mi Coronel, en vista de que nos eximen por la acción presente, a sabiendas que estábamos cumpliendo simplemente con nuestro deber, le solicito  a bien aceptar un ejemplar de estas conspiradoras, para que compruebe si tienen el mismo gusto que las patriotas.-
       Recoge un saco, toma una de las gallinas más grandes y se la entrega sin  más preámbulos.-
-        Pueden irse esta vez soldados, reza el Comandante, pero quedarán con una amonestación en pendiente, eviten otros asuntos de ajusticiar animales por presunta conspiración.- Dijo el Coronel entre juez y cómplice a la vez, pues tomo bien recaudo del animal que le entregaran como testimonio del asunto.-
   Sin más palabras, se cuadran y retiran ambos amigos, con sendas bolsas a cuestas, rumbo a la cocina de su pelotón; en sus caras se ve una muestra de alivio y simple alegría a la vez.-  

 

 


1er.Premio Narrativa Histórica
DANIEL ALFONSO RIVAS

¡AHÍ VIENE LA BENDICIÓN DEL VICARIO! (Ultima Parte )

"Vayan hijos, a continuar en el cumplimiento de su deber;

es preferible morir que defeccionar de sus filas"
Maximiano Ribero

En su cantón cada amanecer, Pedro reluce una pulcra camisa blanca, con ella pasea por las azoteas desde donde comanda a sus guardias y les da la ubicación de los enemigos. Su ayudante le lleva la caldera y él tranquilamente se ceba un mate tras otro, mientras arrecian las balas de los tiradores, que nunca pueden herirlo y se desesperan pensando que está embrujado, porque esa camisa blanca reluciente le hace un fácil blanco y no hay munición que le alcance. Ni siquiera los cañones de las naves imperiales han podido con el.
Todo se a convirtiendo en ruinas, el Baluarte de  la Ley, torreón que fue polvorín, la Iglesia, la Jefatura, la Comandancia, el Hospital, casas y comercios. Se suceden los días sin que se desate el ataque final, los hermanos Ribero ocupan al firme sus puestos de combate, mientras Lucas Píriz general que luchaba en zapatillas y vestido de civil, hace furtivas salidas para enfrentar a los sitiadores. Leandro Gómez recorre cantones y trincheras a caballo con el pabellón oriental desplegado y hecho trizas por las balas recibidas; alentando a sus hombres, ante la desesperación del italiano Arditti, tirador especializado que le llega a disparar -en pocos días- ciento cincuenta y dos veces y sólo logró matarle dos caballos.
Desde el veintiséis hay tres columnas de ejército del General Brasileño Mena Barreto que se irán desplegando. El treinta y uno los bombardean desde la colina de Bella Vista y de tarde atacan masivamente por el oeste. Los defensores aguantan con entereza, sólo han comido galleta y café, y beben con avidez -durante la lucha- el agua alcanzada a baldes por la esposa del Comandante Torcuato González, mujer de recio carácter que no quiso abandonar su marido. Se combate calle a calle y casa por casa, los techos de paja arden y llenan de humo la villa. Una bala perdida hiere a Lucas Píriz de gravedad, en el oeste y norte los brasileños han montado fuertes barricadas y enarbolan banderas. Un joven Guardia Nacional dice:¡"Qué bandada de loros se nos han venido arriba"! De tarde en el cantón norte muere su Jefe Azambuya también de origen brasileño, al cruzar la calle le alcanza un disparo, Rafael Ribero intenta ayudarle y le lleva al bar El Ancla Dorada, pero está muerto. Lo mismo ha sucedido con Raña y Argentó. En la difícil situación Leandro Gómez reúne a su estado mayor. Larravide plantea una salida forzada, pero Leandro no quiere abandonar a los heridos. Se habla de rendición honrosa. Pero esa opción no existe para él a pesar de las graves condiciones. Entonces deciden pedir una tregua para enterrar a los muertos, por la pestilencia que surge del calor, y ayudar a los heridos. El Comandante Torcuato González comenta: "El viejo está encaprichado"; pero todos permanecen en sus puestos. Pedro Ribero recibe orden de sustituir a Azambuya. Para ir al cantón norte debe hace un boquete en una pared lindera a la Jefatura, que atraviesa con dificultad por su pierna herida, cruza un ancho baldío en el que le disparan de todos lados, sin tocarle, y llega a una destruida trinchera donde unos pocos hombres aún se defienden.
Le queda otro baldío para llegar al cantón norte, lento, a pie firme lo cruza tranquilo, hasta que recibe una descarga que da por tierra con él. En la acera de enfrente se asoman tras las ramas algunos incrédulos enemigos, han matado al invencible. Pero sucede algo increíble de a poco su cuerpo se endereza, se pone de pie, su camisa ostenta una roja condecoración, avanza pistola en mano, los enemigos huyen despavoridos, como si estuvieran ante una visión del otro mundo; un sargento le apunta y Ribero le mata. Pero recibe otra descarga, sus hermanos corren y le retiran, su camisa otrora tan blanca se tiñó totalmente de rojo. Gómez enterado pide poner bandera de parlamento; pero en ese momento regresa el prisionero enviado, Coronel Saldanha con la negativa de la tregua. En el interin los brasileños penetran en Paysandú dando vivas y pautas de amistad. Atanasio Rivero corriendo le avisa a Gómez en la Comandancia, y encabeza "Independencia o Muerte" una carta que éste le ordena para enviar a Flores, pero le tiembla el pulso por el cansancio y debe hacerlo Larravide. Cuando entra el Coronel Bello y le dice que lo toma prisionero, garantizando su vida, y la de sus hombres; que todo ha terminado. Los defensores sorprendidos y desbordados gritaban "traición" Paysandú no se había rendido, se han aprovechado del alto al fuego". Leandro y su Estado Mayor salen custodiados con Bello por la calle 18 de julio y encuentran al Comandante Belén y colorados que les abrazan, y les reclaman como sus prisioneros. Ante la discusión, consultado por el brasileño, expresa que prefiere ser prisionero de sus compatriotas.
En las calles Treinta y Tres y 8 de Octubre, se detienen en la casa- comercio de los Ribero, Belén los lleva porque sabe que allí está Gregorio Suárez quien le ordena, sacarlos de su presencia, pasarlos al fondo y cumplir con su deber. Todos demuestran estoico heroísmo, cuando los fusilan. El quinto es Atanasio Ribero se niega a sacarse el poncho de vicuña, "después que me maten tómelo quien quiera", dijo. Uno de los jefes colorados ordenó: "No maten a ese petiso que es un valiente". Y así salva su vida.
Leandro Gómez cuando se entregó prisionero a Belén, desconocía una misiva que decía:

Jefatura de Policía del Departamento
                                                                       Paysandú, agosto 24 de 1864
Exmo. Señor Ministro de Relaciones Exteriores:
            Tengo el honor de poner en conocimiento de V.E que el individuo Juan Baile, asesino del brasileño Juan Tailor en Porongos, en el año de 1859, y pocos meses después de un súbdito inglés puestero del señor Mac Eachen en este departamento, a quién arrebató una joven y sobre el cuál V.E por tres veces a pedido conocimiento de su paradero a esta Jefatura, se encuentra hace algunos meses entre los anarquistas con el nombre de Belén y con el título de Comandante.
                               Dios guarde a V.E muchos años. 
                                                                                   Basilio A. Pinilla.

 

 

¡AHÍ VIENE LA BENDICIÓN DEL VICARIO! (Parte I)

"Vayan hijos, a continuar en el cumplimiento de su deber;

es preferible morir que defeccionar de sus filas"
Maximiano Ribero

Corren los primeros días de diciembre de mil ochocientos sesenta y cuatro, la Villa de Paysandú se encuentra sitiada por Venancio Flores, la Marina de Tamandaré y el Ejército del Brasil. En el campamento sitiador al General Flores le anuncian la llegada de una visita. Se estrecha en afectuoso abrazo con Maximiano Ribero y le dice: -Venga amigo acérquese al fogón que estoy mateando con mis oficiales. Al crepitar de las brasas se va dorando el asado con cuero, mientras entre los talas, bajo una higuera traban conversación, muy cerca entre los jóvenes coronillas que hay contra la orilla borbotean y se deslizan rápidas y cristalinas las aguas del Arroyo Sacra.
Venancio durante la charla dice: - Lamento que haya que tenido que dejar su comercio y protegerse con su señora en Entre Ríos, pero así es la guerra, el tozudo blanquillo Leandrejo, el de los parches y las moñas del Cerrito no da el brazo a torcer. Como puede ver los compatriotas suyos, los brasileros me apoyan. Paysandú na va a durar mucho, es una pera madura pronta a caer. Le pido que no sacrifique inútilmente a sus queridos  hijos, retírelos lo antes posible.
Maximiano respondió a Flores agradeciéndole pero sin responder a sus solicitud y continuaron hablando trivialidades, después de churrasquear, con otro efusivo abrazo se despidieron, enviando respetuosos saludos a sus respectivas familias.
En nueve al finalizar la corta tregua de unas pocas horas, entre sitiadores y sitiados; don Maximiano Ribero y su esposa son abrazados emotivamente por Pedro, Atanasio, Rafael y Orlando, antes de cruzar el Río Uruguay. Corren lentas, dolorosas lágrimas en ambas mejillas de la madre que siente incierto el futuro de sus hijos. Su esposo, era dueño del almacén de ramos generales más grande de la villa, que permanece cerrado. Sus palabras de despedida fueron "Vayan hijos a continuar.." de firme apoyo en defensa del Uruguay.
Tres meses antes, uno de ellos el Capitán Pedro Ribero, en la madrugada del 6 de setiembre, ordenaba embarcar a sus catorce Guardias Nacionales, que remando silenciosamente se deslizan entre la escuadra brasileña y alcanzan Concepción del Uruguay. Relevan del mando del Vapor Villa del Salto a su Comandante y parten para Paysandú, se cruzan con dos cañoneras del Brasil que les amenazan. Enarbolan la tope tres batallones orientales, que se vivan y le gritan al enemigo; "mueran los macacos rabudos, esclavos del Emperador del Brasil". Llegando al puerto cruzan disparos con una tercera cañonera. Pedro ordena encallar al vapor, retirar la artillería y todo lo útil, desembarca la tripulación y le toca fuego. Leandro Gómez Jefe de la Guarnición homenajea en la Plaza al bravo patriota que salvó el honor de la bandera oriental.
En noviembre mientras Gómez con parte de sus tropas está en Salto; enfermo, fallece el apreciado Jefe Político de Paysandú, Basilio Pinilla. Su lugar lo ocupa el valiente Pedro Ribero. Desde el primero de diciembre Flores había sitiado definitivamente Paysandú. Allí son mil y pocos defensores incluyendo una legión argentina, un destacamento de Salto, un piquete de Mercedes, la Guardia Nacional, los urbanos y milicianos civiles. En la defensa participan también ciudadanos colorados infieles a la legalidad y al Gobierno, como el Capitán Federico Fernández que comanda la magra artillería, ocho piezas antiguas con las dos del Villa del Salto. Mientras en el rosicler amanecer se van delineando tras las lomadas los jinetes sitiadores que se despliegan para rodear la villa, desde el cantón del oeste comanda Pedro Rivero, de camisa blanca y mate en mano, sobre una azotea observa atentamente la maniobra de los floristas, para ubicar sus Guardias Nacionales.
Un par de días después reciben un parlamento de Venancio proponiendo la rendición de la plaza, en el mismo papel Leandro Gómez estampa de puño y letra: ¡Cuando sucumba!
Relata Orlando Rivero que a los séis días comenzó el bombardeo con dos balas de cañón que caen sobre una formación y destrozan once hombres muy cerca suyo.
A partir de ese momento no hay día en que no truene la pesada artillería enemiga que les envía una lluvia de metralla y balas de cañón, que destrozan la Estatua de la Libertad, Leandro ordena juntarlas para usarlas de pedestal para erigir una nueva.
Al trece escasean los fulminantes para los fusiles, pero Orlando se vale de un ardid que les sala la petisa, recuerda haber usado cabezas de fósforos en su  lugar con buen resultado. Va al almacén de su padre y trae diez cajones de sesenta latas cada uno, hay que sacar el cilindro del fusil para disparar con fósforos,  así que los escasos fulminantes se guardan para las noches.
Durante la tarde de ese día se mantiene una tensa calma, un grupo de hermanas de caridad con hábitos religiosos camina lentamente desde el puerto hacia el portón del oeste, se supone que vienen con la anunciada visita del Vicario. Pero en las cercanías de él rumbean a la primera bocacalle y sacan de atrás de la fila un  cañón, los defensores salen prestamente y les rechazan. De allí en adelante, en tono jocoso, cada vez que se escucha un cañonazo gritan: ¡Ahí viene la bendición del Vicario!

(Con RAÍCES del mes de junio , estaremos ofreciendo la última parte de este hermoso trabajo)

 


EL RIESGO DE SORTEAR OBSTÁCULOS (Primera Parte)

El descorrimiento de la pesada cortina aterciopelada de nuestro dormitorio, permiti{o que los rayos solares del noviembre cálido fueran a aterrizar en nuestras camas, más precisamente en nuestros rostros soñolientos. Ello hizo que mi hermano y yo, escondiéramos las cabezas entre las sábanas almidonadas que todavía olían a sol. "¡A levantarse, a levantarse!" Más hundimos las cabezas en nuestras camas. "¡A levantarse que hoy es día de fiesta!. La criada sabía usar ciertas palabras eficazmente, que nos hacían poner de pie en segundos. Cómo es posible que estuviéramos "de fiesta" si  nadie de nuestra familia nos había comunicado tal acontecimiento, sabiendo precisamente lo mucho que nosotros disfrutamos de esos días de eventos especiales. Tenía que serlo, porque Amaranta, a pesar de su avanzada edad, se movía con la agilidad de su juventud, parecía ser aquella otra que conocía hace tiempo, con sus movimientos flotantes de su cuerpo que el aire parecía acompasarlos e impulsarlos para beneficiar su agudeza. "Si niños, muévanse, nos vamos para la casa del campo". ¿Para la casa de campo?, pero si hacía años que no la visitábamos y cada vez que preguntaba cuándo regresaríamos, mami nos decía: "olvídense de ella porque no volveremos". Siempre papá reafirmaba solemnemente con la cabeza aquella determinación tajante y misteriosa.
"Sí, mi amita Abbi se despertó con el antojo de volver al campo... Así que... ¡a desayunar! porque todos los carruajes de la casa ya están alistados". Papi había ordenado acondicionar el carruaje de mami porque estaba diseñado para la comodidad femenina. Apropiado para Abbi, le habían mandado poner mantas y cojines para que ella fuera cómoda y se sintiera en su cama de reina. No era para menos, con sus 97 añitos, seguía batallando y venciendo a la  muerte, "ella no va a poder conmigo" -recalcaba -yo me voy a ir con ella CUANDO YO lo decida". Nuestra bisabuela era fuerte y terca como decía la familia. Aunque en verdad, no era nuestra bisabuela directa, era la única hermana de aquélla, con la cual nunca había congeniado. Ella desde niña la llamaba a su hermana "Rubicunda" para que reaccionara con su temperamento fuerte y acidulado. Eso era lo que dice nuestra familia secretamente a sus espaldas. También comentan que eran como el día y la noche. En verdad, Abbi nunca tuvo hijos, ni tampoco se había casado, y desde que yo la conozco, siempre había estado postrada en la cama por un incidente familiar que pretender ocultar. Es extraño que quiera ir a la casa de campo porque siempre rehusó ir. Las pocas veces que fuimos prefería quedarse en su dormitorio, rodeada de azahares y  pensamientos, que hacía cambiar día por medio.
"Esas flores son para sentirme viva, alegre, no son flores para una muerta en vida". Se rodeaba también de libros que hacían pasar sus días mucho "mas placenteros". De lo contrario, ¿con quién voy a poder dialogar sino con mis libros?, repetía incesantemente.
Aquel paseo, planeado inesperadamente por capricho de Abbi, merecía un fuerte abrazo. Por tal motivo, salí corriendo para su cuarto para dárselo cuanto antes. Estaba radiante, le habían recogido su larga cabellera ceniza con trenzas, moldeándoselas  en un creativo moño adornado con pequeños azahares blancos. Con una gran sonrisa, me dijo "¿Cómo me veo? Las flores fueron una ocurrencia de Amaranta. Sus mañas no se le quitan". Con aquel hermoso vestido de colores primaverales, resaltado con el mantón sobrio que cubre sus hombres delgados y definidos, luce resplandeciente y jovial a pesar de su avanzada edad. Mucho más fulgurante lucía luego del apretado abrazo que le implanté. No era para menos, tenía que trasmitirle mis sentimientos de felicidad por querer acompañarnos a aquella hermosa casa de campo. En mis 16 años de vida, sólo recuerdo haber ido allá una o dos veces, durante el verano, siempre sin su compañía. Resultaba ser invariablemente un escape a la vida urbana. En el 1890 cuando nací, nuestros padres decidieron mudarse fuera del casco de la ciudad antigua. Nuestros abuelos no se lo aconsejaban. Todos nuestros ascendientes habían vivido siempre en el territorio amurallado. Mudarse a las afueras de la muralla, era como trasladarse a otro país, donde la lejanía impediría visitarnos diariamente. "Si las murallas de la ciudad ya no existen. Las distancias tampoco, gracias a los carruajes... ¡Y pronto llegan los automóviles!" Con tozudez, nuestros padres habían mandado a construir una casa de doble planta con la funcionalidad de albergar a muchos miembros de la familia. Siete dormitorios amplios, cuatro baños y habitaciones para los huéspedes y criados, en un barrio donde las construcciones comenzaban a pulular por doquier. "Nuestra casa deber ser elegante, sob ria, pero al  mismo tiempo que sea capaz de competir con nuestros iguales. En fin, que nuestra casa citadina no se abochorne frente a la arquitectura francesa", expresaba efusivamente mi padre. Con tiempo. se fueron extendiendo diferentes propiedades a nuestro alrededor, convirtiéndose en una transitada avenida arbolada, franqueada con ostentosas casas, que desemboca al mar, donde el bravo arrecife puntiagudo está señalado por "La Farola". Pues así la llamábamos con nuestros vecinos cuando nos reuníamos para verla finalizada.
Paulatinamente, nuestra capital fue adquiriendo una carácter europeo, fuera de sus muros invisibles, inexistentes que materializaba el avasallamiento del progreso moderno. Para zafarse del urbanismo incipiente, nuestros padres reacondicionan la gran casa de campo de una sola planta. La abuela de mi madre, había soñado con "una residencia veraniega sin escaleras, porque vendremos a ella a descansar, no para estar subiendo y bajando. Con grandes puertas y zaguanes que sean los ojos de la casa y  nos exponga a la verde naturaleza de los árboles frutales". En torno a esta idea familiar originaria, se concretizó una construcción rodeada de varios verdes intensos, que lo único que se oía era el lenguaje de los pájaros y el correr zigzagueante de pequeños riachuelos. Por mucho tiempo permaneció abandonada, nuestros padres la acomodaros, para nuevamente olvidarse de ella hasta el día de hoy.
En aquella calurosa mañana dominguera, los tres carruajes avanzaban en fila hacia ella por el camino seco y pedregoso. Nos cruzamos con dos automóviles modernos y sus enormes polvaredas. Con sus cláxones se disculpaban por el inconveniente y las manos abatidas y sus enormes polvaredas. Con sus cláxones se disculpaban por el inconveniente y las manos abatidas de sus ocupantes alborotosos nos hacían caer en cuenta la velocidad industrial y la lentitud del pasado. Sin embargo, yo no cambiaría el trotar de los caballos por esa máquina con ruedas, apropiado para el deleite minucioso de la naturaleza. Encabezando el desfile, v a la volanta de nuestros padres. Seguía Abbi, reclinada a un cabezal entre almohadones y mantas, acompañada por Amaranta y otra criada, asignadas ambas por mami para que la atendieran debidamente. Finalmente, otro carruaje con los comestibles frescos y las dos cocineras. De todos modos, nuestro primer carruaje se aproxima al segundo con intervales moderados para verificar que todo estuviese en orden. En uno de esos acercamientos, se me ocurre levantarme erguido, gritando al viento y al cielo: "Adelante, avancemos... como las tres carabelas colombinas a conquistar... el campo!" Esperaba que desde el otro carruaje reaccionaran positivamente a mi ocurrencia, cuando de repente me enfrento a los rostros  pétreos de Abbi y Amarante. Ésta última agacha su cabeza con un gesto duro, insensible. Abbi recorre con una mirada penetrante de arriba a abajo la vergüenza ajena, que aquella había experimentado y con una actitud áspera y severa, agrega, "Justamente a conquistar... a conquistar... el campo". Ese momento, hubiese querido borrarlo, que los dos coches se despegaran uno del  otro, precipitados súbitamente por una fuerte borrasca de viento, para que aquella situación, que no comprendía realmente, se desvaneciera lo antes posible.

 

EL RIESGO DE SORTEAR OBSTÁCULOS (Ultima Parte)

El trayecto que faltaba adquirió un cambio rotundo. Hasta entonces había venido callado, ensimismado, porque estaba contemplando el exterior desbordante. Sus sonidos, sus colores, sus movimientos, sus aromas me evocaban los paseos previos, aunque escasos. Continué silencioso, aunque no estaba volcado hacia la naturaleza, sino hacia mis soliloquios que me arremolinaba. No podía comprender, pero no se me apartaba de mi mente, la expresión que manifestó Amaranta. Su mirada penetrante que recorrió cada uno de nosotros en un instante y luego inclinó su cabeza con un sentimiento de desolación e incomprensión. Ella siempre tan segura de sí  misma, noté su indecisión de  manifestar algo y callárselo por prudencia o respeto, e inclinar la cabeza al sentirse humillada, desamparada. Mis padres entrecruzaron miradas cómplices. Fue cuando la expresión mediadora de Abbi aflora para apaciguar reacciones reprimidas. No comprendo como ella, que vivió toda su vida entre nuestra familia, no sienta la confianza de manifestar lo que piensa. Para mí, siempre hubo un halo de misterio a su alrededor. Cuando le preguntaba por su familia, si había conocido a sus abuelos, hermanos, tíos, siempre había eludido las preguntas. "El pasado se entierra con los muertos", respondía, siendo coincidentemente la misma respuesta de mis padres para ese caso específico. Me acuerdo en las reuniones festivas realizadas en casa, donde los niños no podemos intervenir en las conversaciones de adultos, mis oídos habían captado que la madre de Amarante, llamada Noilisia; con un grupo había llegado de un largo camino a pie, con su bebé en brazos, hambrienta, cansada, harapienta, escoltada por oficiales de la primera presidencia de  nuestra República. Los padres de Abbi, intercedieron hábilmente a través de numerosas correspondencias para solicitarlas para los quehaceres domésticos y darle una educación a su cría. En definitiva, a Amaranta le enseñaron a leer y escribir solamente su  nombre. Cristianamente la bautizaron así por su piel rojiza como la tierra. Orgullosamente dice, que el nombre de su madre, era en honor a una jefa famosa. Abruptamente corta su discurrir, quedando ensimismada en sus  pensamientos. Siempre me he preguntado, ¿si se auto-limita de esta manera porque quiere o hay alguien más que así se lo exigió. Y si así fuera ¿cuál es la razón de su silencio involuntario?
"¡Al fin estamos llegando! Espero tener una estadía placentera". El deseo manifestado por mi madre con voz severa, parecía más bien "una orden" en lugar de "un deseo". Secundado con el "Amén". ¡Qué así sea!" sentenciado por mi padre. Dichos comentarios me secuestraron fuera de mis pensamientos para percibir que ya estamos atravesando la tranquera del terreno que yacía derribada inexplicablemente, extendida sobre las hierbas cimarronas. La casa se veía en la lejanía, montada en una pequeña cima. Abbi inmediatamente se incorporó de su extendimiento y exclamó con una voz juvenil extraída del pasado: "Todo luce igual. La tranquera y las vallas permanecieron igual desde entones. Ustedes prosigan, que nuestro carruaje se detenga aquí por algunos minutos. !En seguida los alcanzamos en la casa!" Noté nuevamente que mis padres cruzaron miradas cargadas de sentido, cuyo significado no podía descifrar aún. Mis padres alternaban impresiones y órdenes con los cocheros. Se iba dejando atrás al tercer coche, con cuatro manchas humanas evocadas por la soleada distancia, mullido en el pacífico silencio del campo.
"Limpien el lugar primero, para llevar luego las canastas de las vituallas a la cocina. Las dos tinajas que trajimos, ponerlas en un lugar fresco para cuando se necesite el agua". Así siempre disponía mi madre de los quehaceres domésticos. Mientras que mi padre siempre orquestaba los arreglos de las averías. "Hay que bajar a limpiar el pozo de agua, para poder usarlo. Ponerle un cubo nuevo porque el viejo..". En eso llega corriendo desesperada la criada que estaba con Abbi e irrumpe con sus gritos: "Ayuda por favor, Abbi está muy mal, está  como  loca... no deja de gritar y de hablar con espíritus. Amaranta no puede con ella..." Fue como si un incendio voraz se hubiese desatado en un segundo. Los que podíamos correr a campo traviesa así lo hicimos, los que no, montaron en la volanta más veloz y se pusieron en camino con ruedas que parecían no tocar superficie alguna. Fuimos llegando uno a uno como podíamos, sin aliento, sin respirar. Hasta el coche se silenció paulatinamente al llegar frente a aquel escenario. Estaba Abbi incorporada en su asiento, hablando, gesticulando con personas que no podía ver, pero sí, sentir sus presencias. Parecía estar disertando desde su propia tarima. Todo el mundo llegaba con ojos desorbitados por la improvisada corrida y situación. Poco a poco fuimos adentrándonos a su discurso incoherente al principio, pero escuchándolo fue tomando una lógica propia y hasta más profunda que la normal: "Oh no madre! No esclavizaremos a Noilisia y Amarante de esta manera. Ellas nos son esclavas!... los conquistadores despojaron a los nativos de sus tierras y sus pertenencias... y los esclavizaron en el nombre de una "cruz y un progreso" que ha traído demasiadas calamidades a nuestro continente. ¡No nadie los llamó! ¡Nadie!... Desembarcaron por azar, por error y nos hacen pensar que debemos erguirles estatuas majestuosas en plazas públicas. Los nativos son seres humanos iguales que nosotros, iguales a ellos... exactamente iguales o mejores que "los conquistadores". Padre, a ti te digo, aunque el primer presidente los haya mandado a aniquilar en Salsipuedes... si en Salsipuedes... no me importa lo que piense la elite social, no me voy a callar y  lo voy a seguir repitiendo hasta  mi muerte... y tu Rubicunda, deja de maltratar a Amaranta, ella no es un objeto heredado de nuestros padres...! Amaranta y su madre tenían una familia igual que nosotros! ¡Aniquilados todos, si todos!... y ahora tienen que caminar como prisioneros de guerra o delincuentes hasta Montevideo, para que en la capital las autoridades decidan su destino. ¿Qué destino? Nosotros no somos dioses para decidir el destino de nuestros iguales. Aunque se opongan rotundamente, ¡no me afecta que me deshereden!. De todos modos iré a Europa a estudiar Derecho, sí Derecho! No me importa que las grandes  universidades estén creadas para los hombres, yo seré una de las primeras mujeres abogadas que defienda los derechos de los desprotegidos... Ese pensamiento legitimador, enfermizo, heredado desde "La Conquista", privilegia a unos pocos, a los ricos como nosotros, a los que están en el poder, a todos esos predicadores de mala fe. ¡Sigan calcando, remedando ese pensamiento instaurador y deformador a favor de sus propios beneficios! ¡No, no!...¡Están ustedes muy equivocados! Los libros no me han atrofiado mi raciocinio... sino que, me lo han ampliado... Padre, apróntame la volanta, me regreso a la capital, mi decisión está tomada. ¡No, madre! No me interesa ser una dama de la alta sociedad como "Rubicunda"... Si no me ceden ningún carruaje, me regreso montada en mi caballo... quieres ver cómo sí lo hago... ¡Déjadme! ¡Abran paso! Mi pingo puede sobresaltar la altura de la tranquera... ¡No me obstaculicen el paso!... Voy a franquear la valla, la traspasaré..."
En ese momento Abbi quiere ponerse de pie y se desploma envuelta en sopor entre sus cojines. Todo el mundo quedó petrificado en su lugar. Segundos de mutismo y después, me pareció ver a Abbi sorteando la tranquera, flotando en un corcel blanco con una multitud de desprotegidos que la veneran en silencio, presididos por Noisilia y Amaranta, gesticulando una inclinación de aprobación respetuosa.

 


1er. Premio Poesía Épica
JOSÉ ENRIQUE SOSA CESTAU- QUEGUAY, QUEGUAY

 


El monte se estremeció
al oír la clarinada.
Una descarga cerrada
como llovizna de plomo
continuó con el oprobio
a la raza traicionada.

Con la chusma aprisionada
Bernabé salió a buscar,
procurando aniquilar
la "charrúa soldadesca"
que Polidoro el cacique
guiaba por la pradera.

El Regimiento Segundo
como una fiera cebada
acometía a la indiada
sacándola de los toldos,
quitándoles el rescoldo
que su tierra les brindaba.

El 20 de junio fue,
que en tropel la milicada
a campo raso cargaba
en Barra del Yacaré,
allí un temporal de flechas
cayó sobre el Coronel.

En bárbara atropellada
la indiada volvió sus pasos,
dos arqueros enconados
le hacen frente al batallón,
ofrendando allí la vida
por defender su nación.

Dicen que fue el indio aquel
que un día fuera su criado,
el que lo habría boleado
dejándolo a la merced,
de la brava tribu infiel
que fue diezmando el cristiano.

Al grito: "Queguay- Queguay"
rugía toda la indiada
recordando las pasadas
traiciones de Bernabé.
La lanza del Suaj Sepé
ejecutó la demanda.

El cuerpo del Coronel
fue arrojado a una laguna.
Cuentan que en noches de luna
reverbera el Río Uruguay
el grito: "Queguay- Queguay"
y se pierde en lontananza.

No es un grito de venganza,
es de justicia nomas.


 


2do. Premio Poesía Épica
SOY EL INDIO – Autor: RAÚL ROMÁN ROMÁN (México)

Desde los tiempos que no fueron contados por los hombres
entre los corazones de bosques, sierras, selvas y llanuras
mi piel indígena aparecía en la faz de la madre-tierra,
para apuntar y engrandecer su presencia, en las sagradas escrituras,
como cascada de la vida, que enaltece en medio de la gloria,
por sus ejemplos de paz, de cultura,
 de humildad y de concordia.

Soy el indio… el aborigen… la raza de bronce
como el mar en medio del desierto,   que inunda la razón
como el árbol que enraíza en campo fértil, para seguir la vida
soy sangre que tiñe la historia de bizarría y celebración,
por el canto, por el grito, por el alegre trino del encendido oriol
como verso que alegra el río, el sendero, la cantera y el sol.
Mi piel ha sido desgarrada por los tumultos de la soberbia,
 mi sangre fue regada por la ceguera de la ambición
 y mi honor sigue ultrajado por la sorda condena de la discriminación…
mi historia quiere ser borrada por la hendidura de la traición
y los lastres del olvido apuntan certeros al corazón
del indio que gime y llora, las marcas de la destrucción. 
     
Soy el indio…
El que llora y sufre, el que canta y clama, el que ríe y calla
el que va por las sendas de la paz,      del trabajo y del honor
con la cara al cielo lleno de las bendiciones del dador 
que caza para vivir, que corta para construir, con la ropa del pescador
como ha sido desde que el hombre es el ser que puebla la tierra
atendiendo las enseñanzas de su más grande y divino benefactor.

Soy el que combate digno… ante los embates del canalla
que ultraja el bello campo donde vivo, hace centurias     
dejando lastres, sequía, erosión, destrucción e inmundas vallas
de los que arrastran mares, montañas, cauces y picachos
para poner guardias, fronteras, muros y murallas
que convierten las aguas, el aire  y la tierra… en hilachos.

En medio de la tormenta de la pérfida y malsana insidia
de las destructoras mentes que imaginan atmósferas de cemento
con líneas bancarias para financiar destrucción y “progreso”
que arrasa los surcos del maíz, del trigo y del viento
para dar paso a la seca y excramentosa leyenda de cuento
del don dinero, del status y del elegante pudrimiento.

Soy el indio…
el que ofrece su concierto,  con las alas del aire,
la belleza de las nubes y de las majestuosas cascadas del entendimiento…
el que siembra y cultiva, el que riega la simiente de la luz,
del agua-viento, de la nieve  y del juramento,
como el manantial que ofrece su agua al caminante
sin aclarar su piel, su faz, su credo  y su acento. 

¡Ya basta!... sonó el grito libertario en su enunciación revolucionaria
que cargado de razón se estruendaba   en los mantos indígenas
adonde nace la carne y los huesos de los pueblos originarios,
donde crecen las flores del campo,  de la alegría y del rocío
en donde se encuentran nuestros muertos y se hallan nuestros niños
como signo eterno y perenne de las venas del labrantío.

Soy el indio…
Desde los tiempos que no fueron contados por los hombres
entre los corazones de bosques, sierras, selvas y llanuras
mi piel indígena aparecía en la faz de la madre-tierra
para apuntar y engrandecer su presencia en las eternas escrituras,
como cascada de la vida que enaltece en medio de la gloria,
por sus ejemplos de paz, de cultura, de humildad y de concordia.

Soy el indio…

 

 

Rito ancestral

Comienzan las primeras heladas, la tribu apostada junto al río prepara su viaje hacia las serranías, pronto vendrán las lluvias y comenzará la creciente, la comida va a escasear, es hora...
Unas leguas campo adentro está la hacienda de los Saavedra "de los intrusos de nuestra tierra" como le dicen los indígenas.
Don Juan, como le llaman sus iguales, es hijo de un conquistador español, un terrateniente déspota, dueño de la hacienda y también de los desposeídos.
¡Ramón! -llamó "el amo"- encillá el tordillo y andá a la toldería. Decile al jefe que me envíe una de sus indias para ayudar a Merceditas en la casa, de preferencia joven.
Ya sabés lo que tenés que hacer. Pasá por la "charquería", llevales algo de carne y  una botella de caña para el cacique en agradecimiento.
No es la primera visita de Ramón a la todería, esta vuelta es por una india joven, ya ha traído algunos varones a trabajar en la hacienda. La paga es un jergón y una magra comida.
Salió Ramón buscando las márgenes del río para encontrarlos. Es finales de otoño, el suelo está empapado por el rocío, apura el trote, seguro la tribu estará en la búsqueda de un campamento más abrigado. Averiguó que los indios estaban en la margen derecha del río, como a cuatro leguas, son nomades. Si corro con suerte -se decía- los encontraré a media mañana.
Divisó una columna de humo muy gris -esa leña está mojada, seguro es el campamento.
Ramón es recibido con cortesía, los indios no le tienen recelo, ya lo conocen.
Las mujeres están sentadas en el suelo, cociendo los cueros de venado para abrigarse y armar los toldos para el invierno. Los hombres afilando las puntas de las lanzas y atando las boleadoras con tiras de tientos. Antes de desmontar Ramón deja caer la bolsa que "les mandó el amo" -les dice- hay algo de granos y charque. Luego desmonta y le ofrece al jefe la botella de caña, regalo especial de "su amo". El cacique acepta el regalo, en un momento sabrá cual es el precio que tendrá que pagar por él. El diálogo es limitado, pero siempre se han entendido, ellos ya se conocen, no hay resquemor.
Ramón le hace el pedido al jefe, este se queda pensativo, él sabe que ellos no son esclavos, pero sabe también que está obligado a acatar, porque ahora los dueños de sus tierras son los españoles y criollos. Sabía que cualquiera que fuera elegido se podía sentir hasta "suertudo".
Se levantó con parsimonia, se acercó a una de las mujeres que cocía sin levantar la cabeza.
Le habló en un dialecto tan cerrado, que Ramón no entendió nada, pero el llanto y el griterío de la mujer lo decían todo. Su hija Diodi era la elegida para ayudar a doña Merceditas en la hacienda.
Sin más, todo aceptado. Entró la mujer en la toldería y salió con una niña que ni llegaba a la adolescencia, desgreñada, descalza, los pelos lacios, renegridos como crines, sujetos con tiras de cuero, mirando a todos lados sin entender que sucedía.
Algo le dijo su madre, la pequeña con la cabeza siempre baja, se puso a llorar en silencio, con resignación. Ramón mira con indiferencia, fastidiado por la situación, solo le aflige que con tanto lloriqueo el regreso se demore. El tiene una hija de la  misma edad que la niña, sin embargo no se apena, tiene la conciencia fracturada, esto es lo que vino a hacer, ya está hecho. Es lo  más natural para él, ellos no tienen derechos, ni sentimientos.
No queriendo soportar tanto "griterío" monta en el caballo; el jefe ayuda a la niña a subir en las ancas. Ramón saluda con un gesto de fastidio y sin mirar atrás, pega la vuelta.
A medida que se alejan, los lamentos de la madre, desaparecen. Y eso es todo...
Llegó hasta la puerta misma de la casa grande, molesto, cansado y asqueado por el mal olor de la niña, llamó a gritos a Hortensia, la mulata sirvienta de la casa.
Hortensia también está allí desde que nació. Su madre antes de morir fue esclava de la hacienda, igual que ella ahora.
Mira a la niña con ternura, la ayuda a bajar, bien sabe lo que siente al verla llorar quedamente, con la resignación de los oprimidos.
Llama a su ama, para su aprobación, ésta al ver el estado de la niña le ordena a Hortensia que la bañe y le corte "las crenchas". Mandá a buscar al ministro, para que bautice a esta hereje y  le ponga "nombre cristiano".
Zinna recuerda muy bien a ese ministro, vestido de negro igual a un cuervo, cuando vino a bautizarla, ella no se llama Hortensia, sino Zinna, se lo puso su madre igual que a Diodi.
Los blancos jamás entenderán, aunque parezca que sí, que ellos seguirán adorando a sus dioses, mas tangibles y compasivos, que el de los blancos.
Y comenzó la nueva vida para Diodi en la casa, además de ella había otro niño, Bernardo, casi de su misma edad, hijo de sus amos. A veces mientras  Hortensia cocinaba ellos se encontraban, jugaban, se escondían debajo del mobiliario, se arrojaban pequeños objetos. Hortensia los reprimía con cariño- son solo niños-
Bernardo tenía prohibido todo contacto con cualquiera "de esa gentuza". La única excepción era Hortensia, solo porque lo había criado.
Diodi crecía, la adolescencia le llegó arisca, reservada, también para Bernardo, quien una tarde vino a despedirse pues viajaría a Europa, a educarse.
Diodi dejo de hablar, estaba encerrada en un mutismo impenetrable, Hortensia pensó que era por falta de su compañero de juegos, ya se le pasara- se decía-
En tanto, Guidaí la diosa que tanto amaba Diodi, esperaba ver cumplido sus planes para la india y el patricio.
Las diferencias culturales, raciales, no impedirían a la diosa naturaleza, cumplir cual partitura musical, con que cada nota del pentagrama se ajustara por si sola, a los genes de la nueva descendencia.
Pasaron algunos meses desde que Bernardo se fuera. Una tarde Hortensia, salió a buscar a la joven. No la encontraba.
Un peón le dice que la vio rumbear a la laguna. Allí estaba, sola, en silencio, pariendo. Hortensia impactada, rogaba piedad a sus ancestros- -no preguntó nada- la dejó hacer.
La joven en su instinto ancestral, ahuecó la tierra con sus manos y depositó en ella el resto del ombligo de su hijo. La siembra estaba hecha.
Lo envolvió en su delantal, ya de regreso le iba susurrando una canción. Oj, oj.. de cuna- le pareció a Hortensia- 
El niño blanco, de cabello renegrido, lacio como crines, llegó a este mundo llorando, como todos. La naturaleza en su sabiduría no tiene mangas cortas.
Doña Merceditas quedó horrorizada ¡Qué es esto! -gritaba desencajada -no había nada para decir-
Es tu culpa Hortensia! ¡Tú lo permitiste, maldita!, -sentenció-
!Que te quede claro Hotensia!, ¡Tu lo pariste!, el indio es tuyo y sabe dios de quien mas! ¡Oíste!                 

 

 

 

TESTIMONIOS DE NUESTRA IDENTIDAD
 nrguyunusa@gmail.co,
nancyramosboerrfredda.blogspot.com

1ER. PREMIO NARRATIVA HISTÓRICA  16º CONCURSO “ MELBA PÍRIZ CORNALINO”

 “CHARRÚA“ (Ultima parte)
por ALEJANDRO CATENACCIO.

La pena que arrastraba por la matanza que la había dejado sola porque  no sólo le habían quitado al hombre que sin duda tendría, sino que habían suprimido a una nación entera y eso, aún para un botija de mi edad, era tremendo aunque me resultara absolutamente impensable cómo podía sentirse uno si le sucediera semejante tragedia. Ya no quedaban indios en el país. Eso era cosa sabida, mi viejo me lo había contado aunque yo, obviamente, ya lo venía escuchando en los fogones. En contadísimas ocasiones me contó con lujo de detalles la jornada trágica del Salsipuedes. Yo asistía, sin tapujos, así como ella me lo contaba, a la realidad de aquel día, y me iba inflando –no tengo un término más adecuado- de un odio tan insano como inútil por la soldadesca que montaba a las órdenes de Bernabé y que la mujer no sé porqué no procuraba apaciguar mi ánimo revuelto ni cuando me iba a la cama en el pequeño cuarto que me habían destinado. Ahí el alemán se acercaba a mi lado y me decía alguna palabra amable que sólo a veces lograba evitar mis pesadillas en donde galopaba como un demente cruzando ríos y escapando por el mato con la indiada aterrorizada y sorprendida. En el sueño se mezclaban confusamente boleadoras zumbando y girando enloquecidas en busca de las patas de algún caballo, riveristas sumamente encabronados de miradas asesinas emboscados en picadas esperando el paso de charrúas, relinchos de caballo, sangre, sudor y disparo de trabuco; llantos de niños y mujeres que no encontraban consuelo ante la traición del que hasta ayer era un amigo. Recién ahí pude por fin comprender el porqué del dolor en las expresiones de los rostros de las esculturas de los indios que habitaban el caserón e incluso en las de los guachos que había representado magistralmente y en tamaño natural en la arcilla. Y ni hablar del dolor que ella cargaba. Un dolor que tenía la particularidad de hacerme olvidar del estado de impresión en que me dejaba, cuando tomaba temprana conciencia de lo que es capaz de hacer un cristiano. Quizás hasta era la única charrúa de pura cepa que aún vivía. Calculo que tendría más de ochenta años cuando el faro comenzó a tomar forma en esa costa salvaje rodeada de inmensos arenales vírgenes. A veces se sentaba en la playa, cubierta con una ruana de lana cruda, y dejaba su melena azabache suelta que el viento agitaba todo el tiempo y en cualquier dirección; y contemplaba horas la formación de islas, islotes y rocas submarinas en un mutismo que nadie se atrevía a interrumpir. Esa es otra de las  imágenes impactantes que aún hoy tengo como soldadas a la retina, impresionaba en su quietud absoluta que no se correspondía con la melena que giraba inconcebiblemente con el pampero y que yo observaba de lejos, discreta pero totalmente fascinado. En otras ocasiones cruzaba sola el arenal y se internaba en el mato buscando vaya a saber qué plantas que conocía y que al náufrago lo aliviaban de ciertos dolores en las articulaciones. Otras veces montaba su zaino y se iba hasta los palmares, en el interior, y traía un butiá que sólo ella sabía seleccionar y conservar, y también fabricar un licor del cual nunca se mojó los labios y que dejó de destilar cuando el alemán comenzó a dar muestras de un alcoholismo progresivo que incluso yo mismo advertía aunque fuera vagamente. En esas ocasiones yo la veía irse, sin poder hacer otra cosa que seguir con la vista el vuelo de aquella ruana alejarse por el arenal y deseando que fuera a pedirle permiso a mi padre para acompañarla. Pero nunca lo hizo. Sin embargo en alguna otra ocasión pidió conocer las instalaciones del faro pero esa vez en especial sólo iría si yo la acompañaba. Así dijo. Era extraño, porque su vida era la alfarería, el telar y las plantas, y rara vez demostraba interés por las cosas de la demás gente; excepto cuando los hijos de los pescadores se enfermaban. No obstante en ese lance mostró un interés inusual en la construcción del faro y una sorprendente agilidad casi felina para subir los peldaños a su edad; y una también sorprendente curiosidad por la forma en que iluminaba el faro. Mi padre, que era el capataz de la obra, agradecido como estaba de que cuidaran a su muchacho en los inviernos y admirado por el notable contraste de su rostro terroso y su dentadura marfil; se comportó como un caballero en ese paseo, explicándole a la mujer con orgullo profesional evidente cómo funcionaban los destellos de luz gracias a los poderosos lentes con prismas dióptricos y catadióptricos que se  movían mediante ingeniosos mecanismo de precisión. A simple vista podría parecer una incongruencia esto de que una mujer india se interesara por algo que no le iba ni le venía; pero no era así. En realidad y pese a su aparente introversión se daba perfecta cuenta de la importancia del faro para el navegante, y más cuando su propio compañero sufría de una pena tan honda como podría sentir cualquiera que perdiese a su mujer en un naufragio. Sé que arrastraba una pena por la tragedia de su raza. Cómo no. No podía ser de otra manera, obviamente. Cuántas veces habrá querido irse de este mundo para ir al otro donde su tribu la esperaba según ella; no lo sé. Más de una vez se me antojó absurdamente que la idea de conocer el faro era para tirarse desde los cuarenta metros de altura que tenía gracias a la peonada que trabajaba sin descanso y contra reloj hacía ya un buen rato a cuentas del gobierno. No sé en realidad de dónde me venían esas ideas ya que la mujer llevaba su calvario con una dignidad a toda prueba, admirable y solemne. Quizás porque si me pasara a mí, ahora que lo pienso, no lo hubiera resistido. Sobre todo el tiempo que lo resistió. Incluso, en contadas y escasísimas ocasiones, en que pude pescar una mínima porción de ese tema tan especial que trataba con el germano, digo, el tema de la muerte; sostenía con pleno convencimiento de causa que todavía no era tiempo. Que los dioses se lo harían saber en su momento. Esas eran sus propias palabras, textuales, que escuché claramente aunque de refilón, y que conservo en mi memoria igual que sus manos, su melena y su rostro, dichas en su dialecto trabucado y gutural. Cosa de indios, que saben de estas cosas y que a nosotros, vaya uno a saber porqué, nos está vedado este conocimiento. Su alma todavía estaba aquí, vivía y palpitaba. Según ella, aún valía la pena.

 

 

 

TESTIMONIOS DE NUESTRA IDENTIDAD
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1ER. PREMIO NARRATIVA HISTÓRICA  16º CONCURSO “ MELBA PÍRIZ CORNALINO”

 “CHARRÚA“ (Primera parte)
por ALEJANDRO CATENACCIO.

Rostro ancestral, cetrino y de mil arrugas, que impresionaba en su dignidad y en su nobleza; curtido por años de intemperie, era un rostro que parecía hecho de carbón o tallado en bronce, como los próceres. O tal vez sería más justo decir que fuera hecho por ella misma, con esas manos ásperas y agrietadas teñidas de terracota por la arcilla que amasaba con habilidad y destreza sorprendentes. De arranque nomás, se prendaron el uno del otro. La tremenda soledad en que ella quedó luego de la masacre del 31, y la tragedia de él con su propio buque los juntó en una extraña conjunción de razas  y de traumas diferentes. Yo era un gurí en ese entonces, absolutamente incapaz de comprender la inmensidad del drama que les había tocado vivir; pero no olvido cómo se lucía orgullosa con sus hermosas piezas de alfarero al resplandor candente del horno de barro que ella  misma había levantado detrás de la pared del fondo del rancho, a salvo de los vientos, donde tenía plantadas sus hierbas y yuyos medicinales, e incluso especias para sazonar comidas. También tenía maceraciones y matas de espliego al que le extraía un aceite aromático que usaba para perfumar los ambientes y pigmentos para teñir las telas cuyos secretos no compartía con ningún cristiano. Era un lugar casi sagrado para mí, y estaba tan ingeniosamente ubicado que nunca le llegaba el viento: ahí uno podía sentir cómo el aroma de la arcilla cocinándose se mezclaba con el de la carqueja, el romero, la albahaca y el cedrón. En ese lugar incluso se reía, cosa que rara vez sucedía. Yo en esos momentos me sentía tan contento como ella de que pudiera reír, aunque fuera fugazmente, cuando admirábamos extasiados las piezas que moldeaba con esas manos resecas, casi polvorientas podría decir; que aún hoy no se borran de mi memoria. Era esa única y breve sonrisa que yo ansiosamente esperaba como un chiquilín cuando podía ver su dentadura blanquísima que contrastaba notablemente con el rostro bronceado por el sol y la sal del océano en donde había decidido quedarse. Algo le había llamado la atención en el náufrago que ya nunca más se separó de su lado. Yo personalmente creo que ella encontró un alma tan solitaria y dolida como ella misma, y decidió compartir ese dolor con él; pero sólo cuando él se lo pidió. Esto sí lo supe porque el alemán me lo contó en las noches en que me quedaba con ellos cuando el frío apretaba demasiado y mi viejo me mandaba a ayudar a la mujer en el horno o en el telar. El faro del Polonio demoraba en terminarse y las barracas donde dormían los operarios encargados de la obra estaban demasiado mal hechas para dar abrigo a un gurisito tan chico como era yo en ese entonces. El viento helado de las noches se colaba por las rendijas de las tablas mal encuadradas que  no había tiempo de arreglar. El gobierno apuraba las obras a fin de terminar con los  naufragios que hacía ya demasiado tiempo se sucedían en estas aguas y nadie se preocupaba ya de reparar los barracones donde la peonada descansaba de las jornadas agotadoras levantando paredes contra reloj. Entonces allá iba yo al caserón del náufrago; una de las pocas visitas que tanto uno como otro admitían sin chistar e incluso disfrutaban aunque nunca abandonaran del todo el pesar que cada  cual cargaba en sus espaldas. El alemán tenía en el rancho un estufón hecho con planchas de hierro que había rescatado junto con otras cosas - muy pocas en verdad- del accidente que lo había dejado viudo; y calentaba hasta el último recoveco de la construcción de ladrillo donde convivían estos dos seres tan disímiles; entre piezas magistrales de tamaño natural de indios dolientes, plantas y campanas de barco.
A mí estas visitas me resultaban muy particulares y extrañas; y pese a mi extrema timidez iba sin ningún reparo a pasar la noche con ellos. Me gustaba. Y no era precisamente porque tuviera frío, que lo hacía. Cómo no. En esas noches interminables de vientos huracanados, de sudestadas feroces, cada cual me contaba cosas de su propia vida como si yo fuera un fulano de su misma edad que entendiera de los asuntos y las cuestiones que rigen el mundo; cuando en realidad lo que tenía que hacer ya desde el vamos era un gran esfuerzo para entender lo que me decían cada cual en su idioma. Ellos también hacían su parte hablando el castellano lo mejor que podían. Sobre todo él. Ella hacía demasiado tiempo que trataba y sobre todo padecía el abuso del hombre blanco y conocía todos los giros, lunfardos y malas palabras del gaucho de tierra adentro. A mi me trataba con una delicadeza que ni siquiera tenía con el que le había dado asilo; eso a mí me gustaba; y más viniendo de este ser tan especial. Porque la historia era con ella. Él también me deslumbraba con su conocimiento de las cosas del mar y de las ciencias, de os puertos en que había estado, de la gente con la que había tratado y las tormentas que había sufrido en el Cabo de Hornos y en el Atlántico Norte, en el mar de Béring y en el océano Índico, hasta que invariablemente se detenía en el temporal que lo había arrojado a estas costas y en los detalles del desastre; y sobre todo que venía de una ciudad para mí tan lejana cono enigmática como  lo era Hamburgo. Pero aún así mi interés se centraba en ella, a pesar de que nunca había ido más allá del río Uruguay. Tal vez fuera porque yo no tenía madre, o simplemente porque era india. Tal vez y seguramente fueran las dos cosas al mismo tiempo. Lo cierto era que la mujer ejercía en mí una fascinación que no era superada por ninguna de las tantas cosas que había a mi alrededor en ese remoto lugar del país. Todo lo que hacía, y de la manera en que lo hacía, me llamaba poderosamente la atención…

 

 

TERESA DÍAZ SÁNCHEZ
“HOY UNA NACIÓN EN EL MUNDO SE PRESENTA” (Primera parte)

El Virrey Elío sentía el griterío. Una mezcla de algarabía y furia, rodeaba Montevideo. Lo sitiaban las tropas de Rondeau y de Artigas, ese hombre, casi un bandolero, que los derrotó en Las Piedras. Logró reunir bajo su mando más de mil hombres, un montón de desarrapados, por muy bravíos. La chusma del gritérío.
Elío no podía entenderlo. Sus ancestros provenían de Zaragoza, gente hidalga que luchó en la guerra de Sucesión Española, en un ejército con fuerte disciplina militar; en el Virreinato continuaron leales a España. Contaba con buenos genes de estratega. Sin embargo eligió como soldados, criollos vagabundos, negros prófugos, indios a los que consideraba los verdaderos dueños de estas tierras. "Los indios tiene el principal derecho sobre la Naturaleza", decía a quién quisiera escucharlo. ¡Aquellos infelices poseían derechos! Y tampoco entendía por qué sus compatriotas se pasaron de bando en Las Piedras. No comprendía que en las guerras, los poderosos ponen la riqueza y los pobres los muertos.
La ciudad protegida por muros de nueve  metros de altura  y seis de ancho, con cuatro bastiones rodeados por un foso y cincuenta cañones, resultaba inexpugnable para las fuerzas revolucionarias escasa de artillería. Bombardeaban la plaza de día con cañones y de noche con morteros, nada más que para hacer mella en el ánimo español. Sin abastecimientos de alimentos y agua, aparecieron enfermedades típicas de las poblaciones sitiadas. Para empeorar la situación, inquietaba la historia del brioso caballo que nadie comandaba y vociferaba improperios con voz femenina, frente a las murallas. Había oído hablar del estremecimiento, esa sensación comparada a la del fragor de la batalla ante los feroces alaridos de los infieles.
Sus mujeres causaban  miedo; peleaban y amaban con la misma desenvoltura. Gozaban de  una libertad singular, que no conocían las europeas. Unas verdaderas brujas, sólo parecidas a Juana de Arco, pensó, haciendo la señal de la cruz. Según otros soldados, una mujer con habilidad de hereje, amparada en la noche, montaba "en pelo" con un carcaj* a la espalda donde llevaba la guitarra y entonaba esos cantos agraviantes. Con antorchas trataban de localizar su procedencia y descubrían un caballo sin jinete que se alejaba al galope, porque se cubría colgada al costado del animal, como los indios. Decían los esclavos que se llamaba Victoria La Payadora.
Nunca había presenciado el extraño suceso. Hasta esa noche. Los acordes de una guitarra quebraron con brusquedad sus pensamientos, ya que nadie percibió su llegada.
"Cielo, los Reyes de España/ ¡la p... que eran traviesos/ Nos cristianaban al grito/ y nos robaban los pesos"..
La voz de Victoria, potente y desafiante, rondaba las murallas de la Fortaleza del Cerro.
"Cielito, cielo que sí/ guárdense su chocolate/ aquí somos Indios puros/ y sólo tomamos mate"...
Los sitiados respondieron con descargas y amenazas a las coplas insultantes. Cuando cesó el amplio repertorio, distinguieron entre las sombras propicias, un caballo veloz que se alejaba serpenteando hacia el campamento rebelde. Como si lo cabalgara el mismo diablo.
Los revolucionarios la vieron arribar radiante, mujer y caballo en bella y perfecta simbiosis. 
Victoria tenía la sonrisa ancha y lechosa, y los ojos felinos de los nativos oteadores de horizontes, que llameaban al entonar cielitos libertarios. La piel canela delataba ancestros de distintos colores y únicamente el cabello ondeado, que ostentaba largo y salvaje, señalaba la presencia europea.
Al cabo de casi tres siglos de conquista una nueva sociedad surgía en las tierras usurpadas, todavía no contaminada con el machismo de las doctrinas "civilizadas". Mujeres y hombres, se movían con igualdad, gracias a las costumbres nativas y africanas.
En la espléndida vaquería, el caballo, amo y señor absoluto de las praderas, un guerrero más, hermanaba gente huérfana y dispar.
En esa fraternidad de naturaleza indómita, se unieron en el desamparo y en la búsqueda de un lugar para soñar, el negro y la negra fugada, el negro libre que lucha por liberar a sus hermanos, el indio infiel o bautizado, el criollo pobre, el indio acriollado o agauchado, el negro aindiado, inmigrantes acriollados... A este mundo iletrado y descalzo, se incorporaban criollos y europeos intelectuales y revolucionarios.Y van amasando una utopía, ecos que viajan por los ríos peregrinos que surcan América, inundad praderas y cruzan cordilleras. Sólo hacía falta un hilo conductor. El prestigio de Artigas crecía, a la par de las ansias generalizadas de libertad.
Con el Hombre de los Sueños, comparten ilusiones, fatigas, peligros y traiciones.
Este fogón gaucho, multicultural, no deja afuera a la mujer de a caballo, combatiente y compañera.
Paulatinamente acampaba en el Sitio, una noche encendida de fogones, cañonazos reales, morteros rebeldes y un hervidero de gente entusiasta, ávida de  luchar por sus derechos; una noche vigorosa de un tiempo que amanecía.
Los tambores africanos y nativos, las guitarras gauchas, el arpa-miní y la mbaraká de los guaraníes, llenaban los silencios del campo. De a ratos resonaba la letanía de la aldea africana y del chamán amerindio organizador de danzas cantadas.

 

 

 

 

16º CONCURSO NACIONAL DE NARRATIVA HISTÓRICA Y POESÍA ÉPICA LITERIA INÉDITA “PROFESORA MELBA PÍRIZ CORNALINO”
JURADO
ESCRITORA GRACIELA GENTA HORGALES
PROFESOR JORGE BAEZA
INVESTIGADOR OSCAR MONTAÑO

2do. PREMIO NARRATIVA   
TERESA DÍAZ SÁNCHEZ

HOY UNA NACIÓN EN EL MUNDO SE PRESENTA (Ultima parte)

Paulatinamente acampaba en el Sitio, una noche encendida de fogones, cañonazos reales, morteros rebeldes y un hervidero de gente entusiasta, ávida de  luchar por sus derechos; una noche vigorosa de un tiempo que amanecía.
Los tambores africanos y nativos, las guitarras gauchas, el arpa-miní y la mbaraká de los guaraníes, llenaban los silencios del campo. De a ratos resonaba la letanía de la aldea africana y del chamán amerindio organizador de danzas cantadas.
Soledad Cruz, hija de africanos, aguerrida lancera de Artigas, apuntalaba el fuego, que le aportaba fugaces chispazos a la vitalidad de la mirada, conocedora de penas, pero de la que prendía una esperanza. Mujer protegida en los entreveros, por el espíritu de Lucio, transformado en jaguar, el charrúa dueño de su corazón. Entonces contaba lo que ya sabían, pero era agradable escucharlo de su boca. ¡Qué hermoso ver juntos a tantos hermanos en la rueda sagrada del mate y la pipa! Hablaban lenguas diferentes, pero a esas alturas, mezcladas entre ellas y con la portuguesa y la española. Señalaba a los originarios de estas tierras, con una sonrisa. Ahora,  los hombre de a caballo como ella, usaban telas inglesas, cuchillos de metal y pólvora holandesa. El Karay Guazú soñaba para "sus indios bravos", la Nación del Jaguar*, vacunas, maestros, que vivan en ranchos, trabajen la tierra, extiendan la industria de buenos artesanos y conserven sus instrumentos musicales. El mate, conocido desde hacía cuatro mil años, se tomaba con bombilla de metal, traídas por aquellos de allá, de las Misiones. Venían por el "camino", que es igual a "tapé"; esos Tapes, indios cristianos, guaraníticos, desmantelados venía a la tierra Charrúa, con sus raíces al hombro, en una manera desesperada de salvar algo. Los indios guaycurúes y abipones, llegaban desde el Chaco, rastreando al Protector, que quería grandes territorios para las naciones originarias, las afroamericanas y las gauchas. Una cosmovisión de la Naturaleza que los conquistadores nunca comprenderían.
El semblante de Soledad, se suavizó al recordar la devoción de su gente, la Nación Bantú*, hacia el Padre. Los nacidos en África querían volver, pero lo negros jóvenes deseaban ser americanos. Lanceras y lanceros negros y mulatos lo seguirían con fe ciega, hasta el fin de sus días, en la búsqueda de ese lugar para soñar; búsqueda empezada muchos años antes de la Revolución Oriental, a orillas del río Yí.
Soledad se palpó la cruz que llevaba en el cuello y fortalecía el collar de dientes de yaguareté de Lucio. Las muchachas negras le daban sus hijos recién nacidos, para que los bañara con luz de Luna. Las paraguayas consultaban a su abuela-rezadora, que con la mbaraká emplumada del ritual, podía curar enfermedades, heridas de combate o hacer "daño", ayudada por pohá ñaná y otras plantas medicinales. Los poderes chamánicos del monte, del río se sumaban a los de San Miguel, el santo negro, hacedor de milagros, que la Iglesia no canonizaba, el Dios blanco descalzo, el "preto velho", los charrúas, Zapicán, Abayubá, Anagualpo y otros, muertos en las primeras batallas contra los invasores, la corajuda China María que murió peleando en la defensa de Paysandú, unos días atrás nomás, espíritus todos del Jaguar, las ánimas de las lejanas montañas, donde la gente le llamaba Pacha Mama a la Tierra.
Esa noche Victoria se arrimaría a las murallas a cantar cielitos. Esta vez irían juntas.
La nueva catequesis, hecha de retazos, como la Patria Grande, se entreveraba en armonía y orarían por ellas, bajo las mismas estrellas. Los españoles les tirarían orinas, agua sucia, balas y maldiciones, pero no las verían, aunque cada vez la Payadora los desafiaba más cerca. Le encantaba acompañarla; sentía el mismo coraje que en el campo de batalla, lanza en mano, pero ahí los humillaba. Y podía palpar el miedo. Un miedo distinto al de ellas. Un miedo vacío, que mata antes de caer herido. Un miedo sin colores antiguos, sin niños y sin naciones que defender con la cabeza en alto.
-Con música es  lindazo soñar. Los cielitos revolucionarios de Bartolomé les revuelven las tripas a los invasores. Sus coplas se parecen a las del Medioevo Europeo, por su lengua y forma, pero con términos nativos y africanos, antiguos y actuales -agregó Victoria y se dispuso a cantar como todas las noches al son de la guitarra.
"Si perdiésemos la acción/ ya sabemos nuestra suerte/ y pues juramos ser libres/ O LIBERTAD O LA MUERTE" - "Allá va cielo y más cielo/ libertad, muera el tirano/ o reconocernos libres/ o adiosito y sable en mano"..
En la Banda, vientre fecundo, todo nacía. Canto y guitarra, poderosa arma de combate, llamaba a hombres y mujeres a luchar, entretenía y daba valor a la hora de morir.
Al heroico Joaquín Lenzina, no le temblaba la mano en el rugir de la contienda, ni al escribir versos, memoria viva de un pueblo dentro y fuera de la Banda Oriental.
Los cielitos emancipadores de Bartolomé Hidalgo, administrador y comisario del Sitio, inauguraban una literatura que mostraba la identidad del nuevo hombre americano.
"Hoy una nación en el mundo se presenta/ pues las Provincias Unidas/ proclaman su Independencia"...
La patria recién parida ya tenía dos poetas. Y quién cantara por ella empuñando una guitarra. 
Victoria La Payadora, portavoz de un tiempo, arriesgaba la vida, con un cielito en los labios.

Ndel A:
Cielitos de Bartolomé Hidalgo- Cielito de la Independencia- Cielito de Tres por Ocho- Diálogos Patrióticos
Carcaj- Bolsa de los nativos americanos donde llevaban las flechas.
La Nación del Jaguar- Según algunos historiadores, Nosotros La Gente, o Nosotros los Hombres o Nosotros los Jaguares, se llamarían a sí mismos los Charrúas.
Bantú- Nosotros la Gente, como se llamaban a sí mismos los negros de la Banda Oriental. Antes de la Revolución Oriental fundaron una Comunidad Negra Independiente a la llamaban Nación Bantú del Hum.

 

 

 

16º CONCURSO NACIONAL DE NARRATIVA HISTÓRICA Y POESÍA ÉPICA LITERIA INÉDITA “PROFESORA MELBA PÍRIZ CORNALINO”
JURADO
ESCRITORA GRACIELA GENTA HORGALES
PROFESOR JORGE BAEZA
INVESTIGADOR OSCAR MONTAÑO

2do. PREMIO NARRATIVA   
TERESA DÍAZ SÁNCHEZ

HOY UNA NACIÓN EN EL MUNDO SE PRESENTA (Parte I)

El Virrey Elío sentía el griterío. Una mezcla de algarabía y furia, rodeaba Montevideo. Lo sitiaban las tropas de Rondeau y de Artigas, ese hombre, casi un bandolero, que los derrotó en Las Piedras. Logró reunir bajo su mando más de mil hombres, un montón de desarrapados, por muy bravíos. La chusma del griterío.
Elío no podía entenderlo. Sus ancestros provenían de Zaragoza, gente hidalga que luchó en la guerra de Sucesión Española, en un ejército con fuerte disciplina militar; en el Virreinato continuaron leales a España. Contaba con buenos genes de estratega. Sin embargo eligió como soldados, criollos vagabundos, negros prófugos, indios a los que consideraba los verdaderos dueños de estas tierras. "Los indios tiene el principal derecho sobre la Naturaleza", decía a quién quisiera escucharlo. ¡Aquellos infelices poseían derechos! Y tampoco entendía por qué sus compatriotas se pasaron de bando en Las Piedras. No comprendía que en las guerras, los poderosos ponen la riqueza y los pobres los muertos.
La ciudad protegida por muros de nueve  metros de altura  y seis de ancho, con cuatro bastiones rodeados por un foso y cincuenta cañones, resultaba inexpugnable para las fuerzas revolucionarias escasa de artillería. Bombardeaban la plaza de día con cañones y de noche con morteros, nada más que para hacer mella en el ánimo español. Sin abastecimientos de alimentos y agua, aparecieron enfermedades típicas de las poblaciones sitiadas. Para empeorar la situación, inquietaba la historia del brioso caballo que nadie comandaba y vociferaba improperios con voz femenina, frente a las murallas. Había oído hablar del estremecimiento, esa sensación comparada a la del fragor de la batalla ante los feroces alaridos de los infieles.
Sus mujeres causaban  miedo; peleaban y amaban con la misma desenvoltura. Gozaban de  una libertad singular, que no conocían las europeas. Unas verdaderas brujas, sólo parecidas a Juana de Arco, pensó, haciendo la señal de la cruz. Según otros soldados, una mujer con habilidad de hereje, amparada en la noche, montaba "en pelo" con un carcaj* a la espalda donde llevaba la guitarra y entonaba esos cantos agraviantes. Con antorchas trataban de localizar su procedencia y descubrían un caballo sin jinete que se alejaba al galope, porque se cubría colgada al costado del animal, como los indios. Decían los esclavos que se llamaba Victoria La Payadora.
Nunca había presenciado el extraño suceso. Hasta esa noche. Los acordes de una guitarra quebraron con brusquedad sus pensamientos, ya que nadie percibió su llegada.
"Cielo, los Reyes de España/ ¡la p... que eran traviesos/ Nos cristianaban al grito/ y nos robaban los pesos"..
La voz de Victoria, potente y desafiante, rondaba las murallas de la Fortaleza del Cerro.
"Cielito, cielo que sí/ guárdense su chocolate/ aquí somos Indios puros/ y sólo tomamos mate"...
Los sitiados respondieron con descargas y amenazas a las coplas insultantes. Cuando cesó el amplio repertorio, distinguieron entre las sombras propicias, un caballo veloz que se alejaba serpenteando hacia el campamento rebelde. Como si lo cabalgara el mismo diablo.
Los revolucionarios la vieron arribar radiante, mujer y caballo en bella y perfecta simbiosis. 
Victoria tenía la sonrisa ancha y lechosa, y los ojos felinos de los nativos oteadores de horizontes, que llameaban al entonar cielitos libertarios. La piel canela delataba ancestros de distintos colores y únicamente el cabello ondeado, que ostentaba largo y salvaje, señalaba la presencia europea.
Al cabo de casi tres siglos de conquista una nueva sociedad surgía en las tierras usurpadas, todavía no contaminada con el machismo de las doctrinas "civilizadas". Mujeres y hombres, se movían con igualdad, gracias a las costumbres nativas y africanas.
En la espléndida vaquería, el caballo, amo y señor absoluto de las praderas, un guerrero más, hermanaba gente huérfana y dispar.
En esa fraternidad de naturaleza indómita, se unieron en el desamparo y en la búsqueda de un lugar para soñar, el negro y la negra fugada, el negro libre que lucha por liberar a sus hermanos, el indio infiel o bautizado, el criollo pobre, el indio acriollado o agauchado, el negro aindiado, inmigrantes acriollados... A este mundo iletrado y descalzo, se incorporaban criollos y europeos intelectuales y revolucionarios. Y van amasando una utopía, ecos que viajan por los ríos peregrinos que surcan América, inundad praderas y cruzan cordilleras. Sólo hacía falta un hilo conductor. El prestigio de Artigas crecía, a la par de las ansias generalizadas de libertad.
Con el Hombre de los Sueños, comparten ilusiones, fatigas, peligros y traiciones.
Este fogón gaucho, multicultural, no deja afuera a la mujer de a caballo, combatiente y compañera.

 


 

3er. PREMIO NARRATIVA HISTÓRICA LITERARIA INÉDITA 16º CONCURSO NACIONAL "MELBA PÍRIZ CORNALINO"
JURADO:
                 Escritora GRACIELA GENTA HORGALES
                 Profesor JORGE BAEZA
                 Investigador OSCAR MONTAÑO
 
HERMANOS EN ARMAS- Autor JOSÉ LUIS RONDÁN

Esta historia que contaré es poco conocida, desconozco el motivo por el cual casi ningún historiador dejara asentado el hecho de aquel enfrentamiento entre fuerzas blancas y coloradas que tuviera lugar en los pagos de Soriano, allí, recostadito al arroyo Corralito,  muy cerca del Río Negro; enfrentamiento por cuyas características debió haber sido colocado entre los de mayor relevancia, heroísmo y entrega en una conflagración que para desarrollarse, pidió a cambio las privaciones y sacrificios más acentuados de nuestros criollos, la desolación de la campaña, y resquebrajamiento de familias enteras.
Esta historia llegó a mí, de boca del abuelo Eustaquio, Sargento Eustaquio ROSAS, SABLE FIERO, como le gustaba que le llamaran, quien habitualmente, mientras compartíamos con la peonada una mate o un pedazo de asado, refería a las crudas vivencias de esos días de confrontación de la guerra del Cuatro.
Contaba el abuelo que por aquellos días habían estado cabalgando durante varias jornadas, procurando evadir a las fuerzas del Gobierno quienes los superaban en número y ostentaban el  nuevo armamento recientemente llegado de los Estados Unidos. La orden era evadirlos cuanto se pudiera, retardando el combate hasta recibir a la gente que venía desde el Norte.
Los caballos acusaban el cansancio de tantos días de marcha; el descanso tanto para las bestias como para los hombres había sido por demás escaso, además fueron unos días muy crudos. Durante la  noche el frío era intenso, el agua de la lluvia estropeaba las garras y el poco armamento del que disponían y como si ello fuera poco, salvo algún pedazo de carne seca, la cual se había guardado bajo la carona, no había nada más para comer.
El objetivo de la marcha los había llevado a dar vueltas en círculos como para no alejarse demasiado del lugar en que habían pactado encontrarse con las fuerzas del Coronel Carmelo Vilela. No pocas veces pasaban muy cerca de alguna estancia, pero la seguridad del grupo les impedía acercarse a ellas como para reponer caballadas o buscar alimentos, debiendo mantenerse a la sombra de los inhóspitos montes criollos.
El abuelo me contó que si bien lo intentaban a diario, cada día se hacía más difícil evadir a los exploradores del ejército gubernamental quienes los seguían de cerca presagiando por su destreza para el rastreo, un inminente choque.
Fue en agosto de 1904, era domingo y la mañana se había presentado vestida de gris, gris plomo como el porvenir de una tierra ensangrentada a consecuencia de tantas  luchas.
Las persistentes lluvias habían hecho crecer un arroyo que debían vadear como para no exponerse a campo abierto, por lo que para seguir adelante con el plan de reunirse con las fuerzas del Norte, debieron salir momentáneamente del resguardo del monte y al hacerlo, no poca fue la sorpresa de la columna cuando ante ellos, sobre una colina, de espaldas al río Uruguay, se recortaba la silueta del regimiento que tanto habían evitado encontrar. Un sinfín de lanzas y carabinas enarboladas contra el cielo decían de la determinación de aquellos hombres. Ellos también tenías sus órdenes, evitar la reunión de las fuerzas Blancas con los refrescos provenientes allende el Río Negro y de ser posible, anular el accionar de la columna del abuelo.
El jefe Colorado, sabiéndose en ventaja numérica y estratégica y que por la posición de ambas fuerzas, el combate era inevitable, envió un emisario, el que se acercó al galope, pidiendo entrevistarse con quien estaba al mando, proponiéndole la rendición a fin de evitar el derramamiento de sangre.
La propuesta no fue aceptada; a pesar del agotamiento, el grupo de hombres hizo saber su indeclinable voluntad de plantear pelea. Los caballos se arremolinaban, caracoleaban levantando nubes de polvo y barro mientras los jefes mandaban preparar las  lanzas, a desenvainar los sables; los corazones se aceleraban, los ceños se fruncían, los gritos de guerra y los puños atenazando las armas, anunciaban en el campo, la presencia de la muerte.
Narraba el abuelo con su voz ronca y sus manos como garfios cortando el aire, que imprevistamente un jinete se apartó del grupo, se adelantó a los jinetes nacionalistas y lanzando su caballo al galope se acercó al grupo gubernamental, proponiéndole al jefe batirse con su mejor jinete, quien saliera victorioso le daría la victoria a su grupo, evitando con ello tantas muertes inútiles.
No hubo tiempo para las dudas, no hubo tiempo para buscar el consenso ni pedir órdenes, de entre el regimiento del gobierno emergió otro gaucho bravo, de tez curtida por el tiempo y los trabajos rudos del campo, quien acercándose al gaucho nacionalista aceptó el desafío; casi sin  mirarlo, y juntos se dirigieron al centro de la pradera, a un punto entre ambas fuerzas.
El enfrentamiento no se hizo esperar, los sables chocaron con fuerza rompiendo con un sonido seco el expectante silencio generado entre los ejércitos. Cada uno desde su experiencia buscaba asestar el golpe que dejara fuera de combate a su oponente.
Por momentos se olían la transpiración, se escuchaban mutuamente el jadear y los resoplidos por la agitación, por momentos se apartaban uno del otro hasta llegar frente a sus ejércitos, se arremolinaban, tomaban distancia, blasfemaban y colocando el sable a  degüello embestían con furia; una vez, dos veces, tres, cuatro, en irracional determinación por dar muerte al desafiante.
Las embestidas feroces despertaban la admiración de todo el gauchaje, el que sin darse cuenta, había empezado a formar un gigantesco círculo entorno a los hombres en lucha. El interés por el desenlace del combate los había hecho olvidar que eran enemigos.
En ambos guerreros habían empezado a surgir aparte de innumerables hilos de roja sangre, de sangre igual, de sangre hermana, indiscutibles signos de porfiado agotamiento.
Sin ocultar la emoción por lo que narraba, el abuelo Eustaquio revivía aquel momento póstumo, donde agitándose entre la cornamenta de la cabeza de vacuno que usaba de asiento, aseveraba con sus manos encrespadas, que casi al final de  la pelea, el sable del jinete colorado había enfilado con determinación hacia el pecho demasiado expuesto, transpirado y sucio del jinete nacionalista, pero por cosas del destino su zaino tropezó, desequilibrando  embestida y jinete, rodando caballo y hombre.
La lucha sin cuartel pasó de las cabalgaduras al suelo; a los sables curvos de caballería, se unieron las letales boleadoras. La pelea por la supremacía era feroz, las puntas y los filos sedientos de sangre buscaban insistentes horadar la ropa, llegar a la piel embarrada, cortar el músculo tenso, hacerse de la fuerza vital de la sangre que bullía alocada por las venas hinchadas.
Las fuerzas menguaban, las embestidas ya no eran tan firmes; llevaban más de una hora de inflexible voluntad por eliminarse uno a otro. No fue un filo ni un puntazo quien terminó con la pelea, sino que fue una de las bolas lanzadas al aire sin mayor precisión, sólo por sacársela de arriba, porque molestaba para el uso del sable.
La piedra forrada de cuero de caballo, habiendo tomado gran velocidad en el lanzamiento, dio de lleno en la cara del gaucho del Gobierno; sus ojos se abrieron como para estallar, casi se salieron de sus órbitas. Su cuerpo se detuvo como paralizado, confundido, desorientado, deteniendo en el acto la embestida. Dejó caer sus armas, llevó sus manos a la cara las cuales prontamente se tiñeron de la sangre que brotaba de uno de los lados de la cabeza. Se postró aguardando el final de tan épico encuentro.
Entre penumbras vio a su contrincante acercarse con el sable en mano, cayó hacia uno de los lados; su pálida cara sumergida entre la gramilla, el barro y los cardos; esperaba el habitual degüello de aquellas épocas.
Era el fin.
El jinete nacionalista se arrodilló a su lado, lo tomó entre sus brazos, podría decirse que casi lo acunó.-¡Humberto! ¡Humberto!...¡Hermano, no tenía que terminar así! Arrimó su rostro sudoroso al del moribundo, empapándose de su sangre, llorando en silencio, jadeando y allí se quedó.
Cuando levantó la vista el ejército colorado ya no estaba, de su columna solo quedaban junto a él, tres  o cuatro aparceros, vecinos de sus pagos.
Ese tan triste como violento día quedaría grabado para siempre en su corazón; el día en que por la histórica contienda el mismo abuelo Eustaquio ROSAS, Sable Fiero, había salvado cientos de vidas de uno y otro bando, dando muerte a Humberto ROSAS, el bravo oponente en campos de Soriano.
Un mes después el caudillo blanco, Saravia, encontraría la muerte en campos de Masoller; el abuelo, según supe, escuchó la noticia meses después, estando en su casa del departamento de Treinta y Tres.

 

 

 

 

EXALTACIÓN AL GAUCHO- 1er. Premio Poesía Épica Literaria Inédita
Autor: FRANCISCO ANTONIO RODRÍGUEZ CORREA

Nació  en la oscura grieta de un tiempo y su memoria
La inmensa pampa virgen, la vaquería del amar.
Fueron los escenarios para su humilde historia:
Desjarretando reses o domando un bagual

El horizonte ancho de aquellas lejanías,
pintaron su furtiva sombra entre el pajonal.
Y al galopar del flete su poncho parecía
bandera redentora, blasón de libertad,

Su querencia: el camino, la soledad, el  monte.
Sus amigos: seis sueños y triste bordonear.
Cielitos, vidalitas, en la voz de la noche,
desangrando una pena doliente y montaraz.

Humilde indumentaria: calzoncillo, camisa,
poncho, bota de potro, llorona y chiripá.
Chambergo de ala corta, ajustando la vincha
y bajo el cinto ¡alerta! el filo del puñal.

¿Quién envidiaría la suerte del triste peregrino?
Sin amigos, ni amores ni causas que abrazar.
Sólo el monte le tiende las citas de las yaras,
Las fierezas del puma, las zarpas del jaguar.

Por eso, vive arisco. Perseguido y odiado.
Su vida es un martirio de errante trashumar.
Todos los horizontes le pialan el caballo,
y todos los caminos lo quieren embretar.

Hasta que un día la historia pone fin al calvario…
¡Relámpago en Asencio! ¡Diana de Libertad!
¡Grito de rebeldía transita hacia la gloria,
y en siembra bienhechora germina un ideal!.

Aurora americana alumbra al paisanaje.
Se clava en las conciencias lo mismo que un facón.
Hace cuña en las almas nazarenas filosas,
y en los labios se liba la luz de una canción,

Hasta los pajonales crisparon sus melenas.
Una palabra nueva surcó el alma oriental,
y en el silencio yermo de llanos y cuchillas,
el eco repetía: ¡Libertad…Libertad…!

Veintiocho de febrero de  mil ochocientos once:
un himno de grandeza la Banda estremeció.
Y aquél, otrora paria, temido bandolero,
al trabuco extranjero le puso el corazón.

Su sangre generosa, manantial sin medida.
Su brazo: chuza al cielo, bastión de libertad.
Su pecho, escudo al viento, entró en los entreveros
y en épicas batallas ganó la eternidad…

Bendito gaucho paria, changador, vagabundo,
contrabandista errante, matrero, truhán, ladrón!
Esta  patria de héroes con orgullosa historia,
se forjó con la sangre de vuestro corazón!

 

 

 

SENTIMIENTO ANCESTRAL- de NÉSTOR JULIO CABRERA RAMÍREZ
Tercer Premio Poesía Épica Literaria Inédita

Amanecí, con un tigre
acechando, en la mirada.
En el árbol del coraje
afiló sus fuertes garras,
y el torrente de la sangre
como impetuosa cascada,
lo impulsa contra la proa
de carabelas extrañas;
que el viento de los recuerdos
está orientando a mis  playas.

Un sexto sentido advierte
en medio de una maraña,
un sonido misterioso,
como el crujir de hojarasca;
y unos cómplices murmullos
que mezclan voces foráneas…
Son fantasmas del ayer
que vuelven buscando el alma,
de Senaqué, Tacuabé,
de Guyunusa y Vaimaca.

¡Pero el sol de la verdad
iluminó la comarca…!
despertando las conciencias
de un letargo de ignorancia.
Y si otra vez la traición
un SALSIPUEDES buscara,
erizados de  justicia,
ejércitos de palabras,
tocando clarín de alerta,
evitarían la emboscada.

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 







   
 



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