En un lejano año 2000, en los comienzos de esta revista, un buen día recibimos un llamado telefónico de una señora que con mucha humildad nos comunicaba que quería colaborar con la revista naciente. Es así que fui a conocerla a su domicilio en la Ciudad Vieja. Esta señora tan chiquita pero con un corazón muy grande nos ponía al tanto de su nacionalidad (Libanesa), nos contaba que escribía e incluso tenía varios libros hechos. Comenzamos a leer sus trabajos y realmente como mágicas palabras desprendidas de su talento iban mostrando a un ser súper sensible, ahora en otra tierra pero unida por su propia historia a sus raíces de un país milenario.
Ya desde ese momento se transformó en la primera colaboradora desde todos los meses.
Su nombre Nassime Hanna Nasser, hoy la recordamos con algunos de sus poemas editados en su libro A MI MADRE. Hoy ya no está entre nosotros desde hace ya mucho tiempo. En un sentido recuerdo y homenaje a este ser maravilloso que nos tocara conocer y disfrutar, compartiremos desde esta sección, algunos de sus trabajos.
¿Por qué TE FUISTE, MADRE MÍA?
Por. Nassime Hanna Nasser
¿Por qué te fuiste, Madre mía?
¿Por qué me dejaste, sumergida en un mar de lágrimas?
¿Por qué permitiste que el dolor y las penas me amartillaran el pecho y la garganta sin piedad?
¿Por qué te fuiste dejándome sin tu amparo y sin el calor del sol de tu ternura?
¿Por qué me dejaste entristecida y atormentada al igual que las turbias aguas del río por las torrenciales lluvias?
Te fuiste Madre mía, sin que yo pudiera verte por última vez, y sin que yo pudiera decirte adiós, tierna y dulce Mujer. Tú has ido a otra vida, otra vida sembrada de flores, de laureles y de mirra. Otra vida mucho mejor que la nuestra, donde reina la paz, donde no existen los dolores ni los sufrimientos, donde habitan los candorosos ángeles alrededor del trono del Todo poderoso alabándolo.
Te fuiste Madre mía, y me dejaste agitando en pleno mar, donde nunca alcanzaré la anhelada orilla.
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué me abandonaste? ¿Por qué?
El fulgor del sol, el crujido de las ramas mecidas por los suspiros de la brisa matutina, me atormentan el alma, y me fatigan el corazón, porque tu no les sientes más, ¡Madre mía!
Oh vida, que has jugado con mi triste destino. Por qué dejaste que mis pies se separaran de su lado siendo que en su vida quedaba mi corazón sujeto, aunque mi cuerpo surcara el cielo en busca de otra paz que no me ha sido fácil alcanzar.
¡TU VOZ…AUGUSTA MADRE!
Tu voz, dulce Mujer, era majestuosa y soberbia. Más hermosa aún que las crestas diamantinas de las montañas del Líbano, que fascinan los ojos al choque de los rayos del sol; más pura que las esplendorosas coronas de nieves en la cabellera de nuestros montes, más sonora que las cataratas y las cascadas, y más valiosa aún que el manto esmeralda de los bosques de Cedros.
Tu voz, vibraba de ternura y bendición, tu voz, era música celestial, más dulce que la misma esencia de la vida, más suave que el roce de las alas de los ángeles, y más conmovedora aún que el susurro de las almas puras y nobles. Tu voz, era la melodía del arpa de David, las vibraciones armónicas de la cítara de Kadmus, y la belleza del Cantar de los Cantares, de Salomón. Tu voz, era el murmullo de las olas, el solemne salmo del atardecer, la pasión de los poetas, la inspiración de los filósofos, la vocación y el devoto espiritual de los profetas.
Tu voz, dulce Mujer … Tu voz, Madre ejemplar, era mi canto, mi templo, mi altar, mi incensario e incienso, mi fuerza, mi fe y mi luz. Tu voz, era mi guía, era la blancura de las nieves, el estremecimiento de las hojas a la orilla del manantial, la suavidad de la brisa que pasea por sobre el mar, el trinar del pájaro y el gorjeo del jilguero.
Tu voz, era florecida como el mes de mayo, era el espejo de la nobleza de tu alma, era la bondad de tu corazón y un faro entre las densas tinieblas. Tu voz era mi Corán y mi Tora, era el bálsamo de mi vida, la suave ondulación del agua y la amistosa brisa de mi soledad. Tu voz, era todo lo que anhelaba mi existencia, era más resplandeciente que las piedras preciosas esparcidas sobre un terciopelo oscuro, y más embriagadora aún que la ternura misma. Tu voz , era mi Evangelio, mi Cristo y mi Cruz, era mi ensueño, mi esperanza y mi oración, era todo lo que yo aspiraba en este mundo. Pero tu voz se acalló y se sellaron tus rosados labios a las canciones de la vida, porque la tempestad al pasar por nuestro jardín, lo destruyó todo, llevándose consigo al ruiseñor de tu voz hasta más allá del horizonte azul dejándome huérfana y sola con mis recuerdos más amargos, Madre mía.
(Con Raíces de Julio-2015, seguiremos con este hermoso trabajo de una gran escritora libanesa, Nassime Hanna Nasser)
CUENTAME …DULCE MUJER
Por. Nassime Hanna Nasser
Cuéntame del alba vestida de blanco…
Cuéntame de los días de antaño, de las praderas ataviadas con jazmines y tulipanes, de las flores que sonríen cuando lloran las nubes. Cuéntame del resplandor del sol que cubre las colinas con su manto dorado, de la claridad de la Luna que acaricia los rizos negros de la noche con sus dedos ambarinos.
Cuéntame del misterio de las estrellas. ¿Por qué brillan eternamente sin perder su esplendor?
Cuéntame del hospitalario espacio que no se cansa de acoger las almas oprimidas.
Cuéntame…Dulce Mujer…Madre querida.
Cuéntame de los milenarios Cedros del Líbano, de su verdor y su aroma; de las montañas del Líbano vestidas de novias ante el alter del Mar Mediterráneo.
Cuéntame de nuestros sueños que se los lleva el viento hacia el infinito en la negrura de la Noche.
De la juventud y del secreto de su encanto perenne.
Del amor que embriaga los corazones con su dulzura.
Cuéntame del misterio de los ojos de las bellas doncellas rebosantes de vida y ternura.
Cuéntame…Dulce Mujer…y no dejes de contar, pues en tu voz, hay música consoladora, que derrama el bálsamo en las más íntimas fibras de mi corazón ¡Oh Madre adorada!
TE HE VISTO, MADRE MÍA
Con mis pupilas soñolientas ,
perdida en el espacio, mi triste y melancólica mirada.
Evoqué tu recuerdo, Madre mía.
He divisado tu imagen latente,
entre las densas y pesadas neblinas,
al aire jugueteando tus cabellos,
y palpitante el seno cual la novia,
que aguarda al hombre amado.
Te he visto, Madre mía, te he visto,
y te he besado, con un beso
hecho de trinos, de música y amores.
De ese amor que he sentido en la
Paz celestial de tu regazo,
de ese amor que no cambia.
De ese amor que tiernamente florece.
De ese amor que no muere…
Así te siento en mis días, Madre mía,
y así vivo adorándote.
(Con Raíces de Junio-2015, seguiremos con este hermoso trabajo de una gran escritora libanesa, Nassime Hanna Nasser)
TE HE VISTO EN MIS SUEÑOS, MADRE JUNTO A LA VIRGENCITA
Por. Nassime Hanna Nasser
Después de tanto llorar y velar por tu pérdida Madre mía, caí vencida por el dolor, que era agudísimo y constante. Apenas pude dormir durante la noche, pero a poco de haber cerrado mis doloridos párpados, comencé a soñar, y en medio de mi tormentoso y entrecortado sueño te he visto Madre, junto a la Virgencita que está a mi cabecera. Tu mirada era vaga y triste la cual me impresionó muchísimo. Te llamé con voz desgarrante, pero tú no me prestaste atención, y ni siquiera contestaste a mis desolados llamados, sino que te fuiste por un largo camino sin mirar atrás. Te llamé en voz alta, pero no recibí respuesta , corrí hacia la carretera, pero ya habías desaparecido. Sí, Madre mía, los árboles del bosque y las rocas que se levantaban allá como cercos o altas torres se interpusieron entre nosotras. Te llamé de nuevo, pero esta vez fue la respuesta el eco de mi voz mezclado con el llanto de los sauces.
Miré en derredor mío, miré hacia todas partes, tuve miedo de que te hubiera ocurrido algo grave; tuve miedo de que hubieras perdido el camino en el bosque donde las fieras abundan y seguí caminando; hasta que finalmente ví en los agudos guijarros gotas de sangre, la sangre de tus pies ; y en las lenguas espinosas de los brezos trozos de tus ropas que servían al viento de juguetes. Asustada y con el corazón despedazado de dolor, seguí tus pasos hasta que llegué a una pradera hermosamente ataviada con un manto de verdor, y atravesada por un río sobre cuyas orillas crecían las más exuberantes flores. Las ramas de los árboles se extendían sobre el río como brazos de hadas enjoyados con verdes hojas para proteger las aguas con su sombra de los calurosos rayos del sol que venían a mirarse en su cristalino espejo. Todo era un encanto Madrecita mía, todo era vislumbrante y hermoso, y todo deslumbraba los ojos y maravillaba los oídos, un paisaje sumamente atractivo con su aspecto verde y soleado. Ni la flauta de David, ni la cítara del rey Salomón entonaron una música tan divina como esta música de la Naturaleza. Las mariposas revoloteaban incesantemente de un lado a otro para libar el dulce néctar de las flores, y todo representaba un verdadero cuadro de la belleza y el encanto de la primavera. Sobre la superficie del río flotaba una nave blanca, una nave real, una nave majestuosamente orlada de oro y marfil. En la cual observé que se me parecía una mujer de exquisita belleza e indecible dulzura reflejada en sus ojos, y que llevaba sobre su cabeza una aureola de luz deslumbrante y límpida. Esta aparición sonreía suavemente y jugaba con los dorados rayos del sol que le acariciaban su risueña faz. Pareciendo alegrarse con la divina y eterna música del lugar como contándole todos los acontecimientos de los secretos de las profundidades del lecho del río. Todo le hablaba de la hermosura de Afrodita y de la sabiduría y el poder de Kadmus Al – Surí, lo cual ella escuchaba complacida. Y cuando me encontraba embebida en la contemplación del paisaje, te ví Madre querida arrastrándote fatigosamente en dirección del río. Al verte así, corrí hacia ti con todo lo que un ser humano tiene de fuerza por salvar al ser más querido de su vida. Pero la exquisita aparición abandonó su nave y se te acercó diciéndote que no te quejaras más, y que ella mitigaría todos tus dolores y que te curaría completamente si le acompañabas a su reino, tras lo cual comenzó a acariciarte y a pasarte sus finas manos por tu cuerpo enfermo y dolorido. Sonrío luego y por entre sus finos labios, brilló una luz relampagueante. Yo, al ver la Santa imagen siempre rodeada de su aureola de luz radiante y diáfana, caí de rodillas implorando a la Virgencita para que hiciera el milagro y te devolviera la vida, Madre mía. Pero mis lágrimas no le conmovieron, la aparición te trasladó en un estado de inconsciencia hacia su nave blanca guiada por manos invisibles y fuerzas supremas, y se fue desvaneciendo lentamente con su inmutable y encantadora sonrisa, y su rostro iluminado por un fulgor de indescriptible suavidad que parecía descender de un mundo superior. Dejando sólo delante de mis ojos lacerados por las lágrimas acerbas, la Imagen del Crucificado suspendido en la madera de la Cruz, como símbolo de la eterna vida.
(Con Raíces de Mayo-2015, seguiremos con este hermoso trabajo de una gran escritora libanesa, Nassime Hanna Nasser)
A MI MADRE
Por. Nassime Hanna Nasser
DOMINGO DE RAMOS … (SEMANA SANTA)
¡He aquí la Fiesta, Madrecita! ¡ Pero Tú estás ausente!!
Nació la aurora coronada por la sangre del día, engalanando así a la Naturaleza con un manto aterciopelado para recibir a la Fiesta.
Se despertaron ya las doncellas del barrio alegremente al ritmo del repicar de las campanas para ataviarse con sus hermosos vestidos de múltiples colores.
Trinaron ya las aves la canción de la Fiesta, dándole así la bienvenida, y sonrieron las rosas mostrando sus perlas formadas por las límpidas lágrimas de la solitaria hija de la noche.
Condujeron ya los pastores sus ovejas hacia las verdes praderas. Y el astro celestial ya derramó toda su esplendorosa luz sobre las colinas cual un tapiz labrado por las manos de un hada, para esparcirlo al paso de la Fiesta. Ya salieron todos Madrecita querida.
En cuanto a mí, sigo acurrucada en el rincón de mi alcoba, esperando tu llegada, como lo hacías antes, para que me vistes el traje de gala del Domingo de Ramos, y para que me regales la candela adornada con ramos de olivos y de palmeras al igual que todos los años.
¿Pero dónde estás Madrecita querida? ¿Por qué no vienes a la Fiesta?
¿Dónde está la vela con sus adornos?
¿Dónde está el vestido rosado?
¡Oh brisa del alba y bálsamo del corazón!
Ven Madrecita, ven antes de que envejezca y muera la Fiesta.
Ven dulce Santa antes que se apoderen de mi atormentada alma las tinieblas del hastío.
Ven compañera y no me dejes sola, pues yo tengo miedo a la soledad, a la música del viento y al trino de los pájaros, no me abandones, Madrecita mía.
¡¡Y al final no has venido como era tu costumbre!!
No has trenzado los bucles de mi cabellera con la cinta roja, y ni siquiera me has perfumado el rostro con el aromático perfume de la Maternidad, oh carísima Madre.
El melancólico tañir de las campanas de la Iglesia me llevó a la realidad.
Delante de mis ojos el vestido negro está colocado sobre la percha, con la mantilla y la cinta negra, cual el ángel de la Muerte que aguarda nueva presa.
He aquí mi enlutado corazón cruzado por la flecha de tu ausencia. He allí la vela quebrada en el rincón contiguo, formando así una Cruz y portando al Crucificado con sus dolores.
Esto es todo lo que me quedó de tu paso por la vida, Madre mía.
(Con Raíces de Abril-2015, seguiremos con este hermoso trabajo de una gran escritora libanesa, Nassime Hanna Nasser)
A MI MADRE
Por. Nassime Hanna Nasser
RUISEÑOR, PEQUEÑO MIO
Con las alas cortadas por la daga de la tempestad que había azotado ayer a nuestro mundo, volviste al hogar huérfano mi pequeño, arrastrando fatigosamente tu cuerpecito.
¿Qué te puedo contar de mi augusta Madre? Y nos dejó sin que yo pudiera hacer nada por impedirlo. Tuve la esperanza de salvarla y de protegerla contra todo peligro, pero mi esperanza fue tan efímera como la existencia de un lirio, o como el calor que evapora las gotas del rocío vertidas sobre las pupilas de las flores, y como saborea el horizonte las últimas gotas de la copa del sol poniente.
Durante la negrura de la noche se estremecieron las estrellas temerosamente, y la Luna con toda su majestuosa corte se postró al ver pasar mi preciosa Madre, transportada en una carroza de oro, y de marfil, y escoltada por un cortejo de ángeles.
Ruiseñor mío, acércate a mí…
El corazón del valle se estristeció, el sueño de la noche se interrumpió, las alegres olas perdieron su rítmico ir y venir, los bellos ojos de las nubes derramaron lágrimas acerbas y algo muy grande se quebró en el espacio en signo de tristeza, por la partida de mi Madrecita.
¡Pequeño mío! Ven a mi lado.
La flor que es el corazón del campo, continúa temerosa a la orilla del agua que se balancea furiosamente, cual si fuera un monstruo agitándose en una gigantesca hamaca, y al escuchar a la divina voz de mi Madre, diciéndole adiós, hirió sus sonrosadas mejillas y rasgó su corona de pétalos, mezclando así el llanto de su corazón con el continuo rumor del agua sobre los guijarros.
Ven, mi pequeño, ven.
Pues en tu rostro se refleja la nobleza de tu alma, que es símbolo visible de tu corazón.
Ven, pues todos nos encontramos temerosos y desamparados en nuestras soledades, y extraños ante le misterioso y arrebatador destino.
Ven, mi ruiseñor, para llorar nuestras dos Madres, ya que tu suerte no ha sido mejor que la mía.
Ven, pequeño mío, ven compañero de dolor.
(Con Raíces de Marzo-2015, seguiremos con este hermoso trabajo de una gran escritora libanesa, Nassime Hanna Nasser)
A MI MADRE
Por. Nassime Hanna Nasser
LA LUNA TRISTE
Respirando anhelosamente y con la arrebatadora emoción que debe sentir el ave que desde su nido se lanza, por primera vez al viento grité repetidamente: Cortemos el aire cual rápidas golondrinas desafiendo a la tempestad para sentirlo en el rostro y en el cuello. ¡Oh Luna! … Luna majestuosa, o beso fraternal, grité con voz entorpecida y débil. Dios, Dios misericordioso y justo, nunca he hecho daño. ¿Por qué te ensañaste en perseguirme? He aquí mis ojos velados por las lágrimas. La aurora que me saludaba antes tan cariñosamente, tan llena de lisonjeras esperanzas, anunciándome el rayar de un nuevo día, hoy no sale a mi encuentro porque tú estás ausente Madre mía. Tú representabas las más acrisoladas virtudes, y yo no logro enjugar mis ojos anegados en lágrimas por tu irreparable pérdida. Cuando en mi soledad te llamo Madre mía, siento como si el ardor del sol me consumiera los sonidos que salen de mis labios secos y trémulos. ¡Oh Luna! Coronada de plata, que surges cual un cisne en el oscuro cristal de un lago.
¡Oh Luna! Que rondas en los senderos de las nubes con tu arrogante figura y tu altivez, con tu séquito de luces, entre los ángeles de Dios. ¿Has visto a mi Madre?
¡Oh Luna! De rostro iluminado por un fulgor suntuosamente suave.
¡Oh Luna! Sentada sobre un trono de cristal verde esmeralda, mofándote de las argénteadas nubes que embellecen el Cielo.
¡Oh Luna! Diosa de la celeste bóveda estrellada.
¡Oh Luna! Ataviada con tu resplandeciente manto tachonado de perlas y turquesas.
¡Oh Luna! Que a tus pies están esparcidos los pétalos de rosas bañados con agua perfumada y bendecida. Dime ¿Dónde has visto a mi Madre?
Sus ojos son cual dos estrellas y aún más hermosos que éstas. Su mirada es tan dulce y encantadora, y su sonrisa es como la luz del sol que penetra por detrás de las montañas del Líbano; coronadas por los gloriosos Cedros Milenarios. De negros y ondulados rizos y sonrosadas mejillas, bonita y graciosa ¿Las has viso oh Luna?
En la pendiente de una colina que se asoma al valle y al mar de los Fenicios. Allá bajo las sombras de los álamos y cipreses en un mundo solitario y florido, donde los ruiseñores vuelan y cantan sobre las flores mecidas por los suspiros de la brisa matutina, allá a la orilla del valle donde las almas puras y nobles se abrazan, allá donde hay una llama celestial encendida perennemente para iluminar la faz de Dios, allá donde la Naturaleza influye toda en el espíritu, donde el arroyo corre hacia su amada la mar, las rosas sonríen a su prometido el sol, y las neblinas descienden hacia el regazo de su padre el valle. Allá donde surgen de la Iglesia las más sacras y melodiosas notas del órgano, allá donde mi sombra sigue saliendo en las sendas de aquel lugar; triste y amargada, y allá en el Cementerio de la Parroquia de San Jorge, en la aldea Kulhat Al-Kura, se erigió un panteón, donde yace para siempre aquella Virtuosa Mujer.
¡Tu Madre!
(Con Raíces de Febrero-2015, seguiremos con este hermoso trabajo de una gran escritora libanesa, Nassime Hanna Nasser)
A MI MADRE
Por. Nassime Hanna Nasser
Rindo homenaje a la que me dio el ser, la inspiración y la virtud al cumplirse el primer aniversario de su amarga desaparición, con el mayor cariño, puesto en estas humildes páginas para mi Madre, que vivirá eternamente en Mí…
A MI MADRE
Por. Nassime Hanna Nasser
AL SABER DE TU PARTIDA, MADRE MÍA.
Cuando me enteré de tu partida hacia más allá del infinito horizonte, lloré Madre querida, las lágrimas más desgarrantes que guarda el corazón en sus recónditas fibras.
Pero en mis sufrimientos, te he visto Madre mía, más pura que el altar donde se rinde culto a la verdad.
Te he visto mi dulce protectora que acabas de decirnos adiós, te he visto sentada en un trono de Cedro, y tu sonrisa disipó de mi atormentada corazón aquel miedo infernal.
La noticia de su amarga partida cayó sobre mi dolorida alma, cual las arenas del desierto al derramarse sobre los sembrados transformando en desolado todo gris todo su anterior verde esmeralda, y al igual que la tempestad agitando el azul espejo del mar lo convirtió en una mezcla encrespada de negros remolinos e hirvientes espumas. Tu desaparición, ha sido para mí lo que ha retorcido en cruel dolor mis entrañas. La amargura de tu partida, Madre mía, ha destrozado las esperanzas nacientes de mi corazón, dejándolo desolado y sin albergue como nido de colores.
LIBANO, TIERRA DONDE NACIÓ MI MADRE
Salve oh, mi patria el Líbano. Salve oh Tierra de sentimientos e imaginaciones, cuna de inspiración, vocación y amor. ¡Oh Líbano, tierra donde yace mi querida Madre!
Te he visto sentado sobre el trono de la belleza y de la magnificencia, y tus cumbres se fueron coronando de nieves cual blancos azahares adornando el velo de una novia.
Allá bajo tus pies, las olas bañándoles a cada instante del día, y susurrándoles los secretos del lecho del Mar. ¡Oh grandioso Monte! Compañero inseparable del tiempo durante toda su trayectoria, soportaste sus reveses sin que hayan podido cambiar tu belleza ni la limpidez de tu Cielo, que es la morada de los dioses de la poesía. Tus puras aguas minerales siguen brindando el bálsamo al enfermo, tu aire libre de todo mal colma la vida con salud y fuerza, reanima las almas melancólicas, y consuela los corazones tristes.
Y tu brillante sol, pasea orgullosamente en su cúpula celestial donde suelta sus trenzas como hilos de oro sobre tus praderas y tus colinas.
Te ha concedido la Naturaleza lo más bello que poesía, transformándote en la más valiosa perla en la corona de Oriente, brindándote sus mayores dones: el aroma de las flores, la belleza y el verdor de los Cedros milenarios. ¡Oh Genio! Aureolado por la luz y coronado por el laurel. Los cortejos de las generaciones desfilaron ante su trono admirándote con veneración y respeto.
Tú eres el Paraíso terrenal con tus altas montañas perfumadas por el aroma de los pinos y de los Cedros que son como dioses en forma de árboles, mecidos por la suave brisa de los atardeceres, formando así una canción eterna de amor. ¡Oh mi patria el Lïbano! Siempre fuiste el hogar de los desamparados y le sigues brindando aún con tu belleza y tu encanto. Lo que perdió Europa de grandeza, se encuentra en ti, y lo que huyó de América, se escondió bajo tu amparo. Si existe hoy una nación que pueda enorgullecerse de su civilización somos nosotros. Nuestras construcciones, nuestras montañas, nuestra cultura, nuestras hospitalidad y nuestro cielo azul, nos hacen sentirnos aquí más cerca de Dios, que en ningún otro lugar. Por eso te venero y te admiro. ¡Oh mi dulce Patria!
Y hoy te amo con más fuerzas aún, ya que en Ti, reposa el sagrado cuerpo de mi Madre.
(Con Raíces de Enero-2015, seguiremos con este hermoso trabajo de una gran escritora libanesa, Nassime Hanna Nasser)
A MI MADRE
Por. Nassime Hanna Nasser
¡¡ ASI ME HAS DEJADO, MADRE MIA !!
Una sombra de tristeza y de aflicción. Una imagen guiada por la mano invisible del destino hacia el sueño eterno. Una novela triste y melancólica, cuyas líneas están impresas con letras de sangre. ¡¡ Así me has dejado, Madre mía!!
Una presa entre las garras del hastío.
Un alma agitada por el trémulo dolor, cual una flor marchita, mis ajados pétalos diseminados por el soplo de la Muerte, y mis labios sellados para las alegrías de la vida.
¡¡ Así me has dejado, Madre mía!!
Una herida abierta de la que continuamente mana sangre.
Una nave perdida en el océano de la vida, la incertidumbre es mi proa, y el azar es mi horizonte.
¡¡ Así me has dejado, Madre mía!!
Un ruiseñor con las alas cortadas por la daga del sufrimiento.
Un ser sediento.
Una brasa ardiente.
Un sollozo en la garganta de la Naturaleza, y una lágrima que brilla en los ojos doloridos del que ha perdido lo más grande.
¡¡ La Madre!!
MI SUEÑO DE UNA TARDE INVERNAL (Parte I)
Estamos ya en invierno, la estación de los dolorosos suspiros y de la soledad; la reina del séquito gris tachonado de amarillentos pétalos, la estación del adiós…Y así sucedió que cierta tarde fuimos mi alma y yo a vagar por las entristecidas praderas, y a rondar entre los pliegues de la Naturaleza decaída por la hoz de la Muerte. Vámonos, alma le dije, vámonos a despejar nuestra fatigada mente, y a aliviar nuestro oprimido corazón… Vámonos hasta donde los espíritus de los profetas se abrazan, los cánticos melodiosos de los siglos resuenan, los pensamientos de los filósofos y de los poetas se elevan y las esperanzas y deseos de los pobres se realizan. Vámonos hacia allá. Y a los pocos instantes de nuestra conversación ya habíamos emprendido nuestra marcha. Henos aquí al pie de una colina, a la cual subimos trepando fatigosamente, una colina sembrada de bosquecillos donde las casas de las aldeas estaban esparcidas sobre sus pendientes cual si, fueran pupilas fatigadas por la pesada dolencia del velar. Allá en la lejanía el envejecido mar, parecía un fantasma vestido de blanco, lavando con sus lágrimas las arenas y soltando su encanecida y ondulante cabellera al pie de las rocas, que se levantaban como fortalezas impidiéndole romper las pesadas esposas de su cautiverio, que sus entrañas anhelaban desde que se asomó a la luz de la vida. Les imploraba pidiendo clemencia y libertad para el yugo de la esclavitud, pero ellas se burlaban de él, quien enfureciéndose les amenazaba cual una leona que defiende a sus cachorros, y gemía luego al igual que una víctima tiranizada por la fuerte mano del destino.
Allá sobre una roca envejecida por el paso inmutable de los siglos nos sentamos mi alma y yo, al lado de la tumba de la Madre Naturaleza, a quien lloramos con lágrimas de sangre, cantándole tristes cánticos, llamándola con los más queridos y dulces adjetivos, impresionando así a los árboles que se estremecían esparciendo encima de su tumba sus marchitas hojas.
(Con Raíces de Noviembre-14, colocaremos la segunda parte de este hermoso trabajo)
MI SUEÑO DE UNA TARDE INVERNAL (continuación)
El eco de los sollozos resonaba entre los pliegues y laderas de los valles comunicando sus angustias a las nubes que compartían nuestros dolores, mientras que las negras aves que surcaban el cielo se posaban sobre las deshojadas ramas para acompañarnos en nuestro pesar. Y en medio de mi tristeza le susurré a mi alma diciéndole: ¡Alma! ¿No hemos venido ayer a este mismo lugar? ¿Dónde las flores se balanceaban, las ramas se entrelazaban y la Naturaleza toda influía en nuestro espíritu? Y quedamos sumidas en un hondo silencio…
Pero de pronto sentí la voz de mi alma diciéndome: Sí, ¡Ayer!
Qué lejos está el ayer. Mira estos estremecidos árboles como tiemblan temerosos en la corriente del vendaval. Estos árboles que gimen por la pérdida de sus hojas, las cuales pronto serán transportadas a diferentes y lejanas distancias, al igual que nuestras esperanzas. Estas hojas que yacen en el suelo como si fueran cadáveres humanos después de una batalla campal, se perderán pronto. Al igual que la vida del hombre, hoy nace, mañana se transforma en adolescente, pronto en hombre y luego le sorprende la vez que le conduce a su tumba. Pero ahora mira hacia el mar. ¿Has divisado que una nave sana y salva está entrando en la bahía?
Más allá hay otra que está por llegar, luego vienen otras y otras. ¿Pero tú crees que todas llegarán salvas al puerto deseado y a la ciudad de paz? Hay entre ellas quienes desde que levan anclas y comienzan a superar los obstáculos de los mares se encuentran rodeadas de peligros, los cuales las llevan hasta las profundidades donde serán la comidilla de los habitantes submarinos. Otras luchan un poco más, pero, enseguida sufren la misma suerte que las anteriores, y así sucesivamente. Sólo pueden llegar a salvo las que se muestran más fuertes que las tempestades y las olas…. Y éstas son muy pocas. Así que las podemos comparar con la vida del hombre que es un viaje muy corto. El que lucha afanosamente a pesar de todas las dificultosas circunstancias. El que ejecuta y actúa como manda Dios y él que cumple su misión en esta vida con toda su conciencia, es el único capaz de enfrentarse a la faz de Nuestro Señor. Y luego d este diálogo, volvimos al hogar mi alma y yo balbuceando las palabras de Dios, que nos acercan a su reino celestial, donde tú estás Madre querida, y donde colmaré el inmenso vacío que tú has dejado en mí.
YA LLEGÓ LA PRIMAVERA, MADRECITA MÍA
Ya llegó la Primavera con su cortejo de música y colores.
Ya llegó la Primavera ataviada con sus más lujosas galas, orlada con sus mejores joyas y coronada con sus doradas trenzas formadas por las áureas hebras del Astro celestial. Y al pasar por tu jardín, se postró a la vera de tu ventana para saludarte Madrecita mía, como lo hacía siempre años atrás, y brindarte a su paso las más fragantes rosas de los jardines de Persia; y los más exuberantes perfumes de Arabia.
Pero tú no asomaste a tu balcón a darle la anhelada bienvenida.
La Primavera enlutó su dulce faz risueña, rasgó su incomparable manto y soltó los diáfanos bucles de su perfumada cabellera en signo de dolor.
Las alas de los pájaros quedaron quebrantadas, se marchitaron las flores, dispersando sus pétalos al viento, por los lacerados latidos de su corazón. Y se enlutó mi alma al choque desgarrante de tu pérdida, Madre Querida.
(Con Raíces de Diciembre-14, seguiremos con este hermoso trabajo de una gran escritora libanesa, Nassime Hanna Nasser)
¡¡ MADRE!!
¡Qué luminosa expresión y qué noble sentido tiene esta palabra! ¡Madre! ¡Oh Cantar de los Cantares y Santa entre las Santas. Tú eres la dulce canción del alba y el coro de los ángeles que canta en la solemnidad del crepúsculo. ¡Oh, fragancia de la vida e incienso sacrificado ante el altar del buen Dios!
Tú eres el espíritu de las flores y la mensajera de paz en la tierra. ¡ La ternura de la Madre! Los nobles sentimientos de Dios, te tejieron tus hilos dorados de una forma esplendorosa con la que me engalané. ¡Madre! Cuántas veces has sufrido por mí, cuantas veces me has acompañado en mi dolor y en mis penas, dándome tu consuelo; y cuantas otras veces te has preocupado para asegurarme un brillante porvenir. ¡¡Qué grandiosa eres!! . El secreto de tu bondad y de tu nobleza no se halla solamente en tus innumerables y fatigosas obras, sino que está también en tu sacrificio para llevarme hasta la cumbre de la felicidad. Muchas veces has sufrido para enriquecer mi mente con tus valiosas enseñanzas y para embellecer mi alma con tus maravillosos consejos, y muchas otras veces has pasado largas noches y largas horas velando por mí, para orientar mis pensamientos, mis vocaciones, mis sueños y mis esperanzas de un modo extraordinario, puro y apartado del engaño, del egoísmo y de la hipocresía. Tú eres el ángel guardián que me protege contra todo peligro. Tú eres una canción de amor que embellece mi existencia y que la cantan todos los filósofos del orbe. Tú eres la guitarra que me deleita con sus más bellas notas melodiosas, y que me hace gustar lo más hermoso que puede encontrarse en la Madre querida. ¡Oh, Madre! Tú eres la música eterna de mi alma, el encanto de las flores y de la Naturaleza, la voz de Dios, la corona de los reyes, la magnitud y la belleza del mundo, la invisible fuerza que me da valor y energía. Tú eres la suave brisa que penetra hasta la más íntima fibra de mi corazón para embriagarlo y emocionarlo a la vez. En las oscuridades, tú eres la luz brillante que ilumina el camino de la vida para que no me aparte de la buena senda. Y entre las olas embravecidas del mar, te encuentro como el barco de la salvación. En los vastos y lejanos desiertos, te hallo como el oásis que me brinda el agua y la sombra fresca y como el guía que me conduce a la ciudad de paz que busco. ¡Madre! Tú eres la belleza de las rosas, la luz de los candelabros, el resplandor del sol y el centellear de las estrellas, por eso es que no tengo miedo a la vida. Tus palabras son para mí una fuerza, y tu sonrisa es la representación del pudor, por eso es que por cada gesto tuyo te admiro más y te amo más, porque tú eres el símbolo de la virtud que representa lo más bello y lo más querido en ti “La Maternidad”. ¡Eternízate oh, ternura de la Madre! Acompaña a las generaciones y camina con los siglos venideros, y llévame lejos a la felicidad. Pero no me abandones para que no pierda el camino de la virtud. ¡Madre! La obra del tiempo despoja a las rosas de sus pétalos y los avienta marchitos bajo los pasos de los transeúntes. La gloria toca a su fin. Las esperanzas se pierden en el infinito horizonte y la mano de la muerte me brinda su copa amarga. Pero tu cariño. Madrecita, tu grandioso cariño se eternizará para siempre a pesar de todos los quebrantos de la Naturaleza.
RESEÑA DE LA VIDA FAMILIAR (Primera Parte)
Siendo aún muy niños, mis hermanos y yo, el cruel destino nos arrebató a nuestro Padre, dejándonos huérfanos, junto a una mujer joven y hermosa; nuestra adorada Madre, quién luchó afanosamente para superar todas las dificultades y para llevarnos a la cumbre de la felicidad y de la gloria. Por su cariño que no tenía límites, por sus acrisoladas virtudes y sabiduría, por su Maternidad, por su dulzura, su amabilidad y su ternura, pudo colmar el irreparable vacío que causó la ausencia de aquel tierno y cariñoso Padre, quien emprendió su viaje hacia el infinito siendo muy joven aún. En el regazo de nuestra querida Madre, encontramos el calor de la ternura, en la simpatía de nuestra adorada Madre, hallamos todo lo que el ser humano pueda anhelar en esta vida, y en la sonrisa de nuestra amada Madre estaban concentradas todas las alegrías del Universo. Dama muy joven, pero muy valiente y enérgica era mi Madre, sacrificó su vida velando por nosotros, dándonos una esmerada educación, tanto con sus consejos como con su cultura que era muy vasta. Nos brindaba todo y nunca nos pedía nada a cambio. Su alma era muy generosa hasta con el prójimo. Al lado de ella, nunca sentimos dolores ni penas, pues su constante dedicación para con nosotros, nos disipaba las preocupaciones y nos resolvía las dificultades que se nos presentaban. Era nuestra consejera, a ella acudíamos para consultar nuestros actos, y hacíamos lo que nos dictaban sus consejos. A ella buscábamos cuando teníamos sed y hambre del pan de la vida, a ella contábamos nuestras alegrías y nuestras penas, y en ella hallábamos el consuelo, el pan, el agua y la sombra fresca. Y luego nos lanzó a la escuela del mundo y del estudio, cual los pichones que desde sus nidos se lanzan por primera vez al viento, o cual las rápidas golondrinas que desafían a la tempestad. Siempre fue nuestro ángel guardián, siempre iba a esperarnos a la salida de la escuela, y siempre nos daba coraje y energía para cumplir con nuestras obligaciones escolares, explicándonos todos los tropiezos que tuviéramos en el estudio. A veces nos rebelábamos contra el estudio y contra el reglamento, pero ella por su larga experiencia y su amplia paciencia nos hacía volver a la razón. Vinieron luego las clases superiores y después la Universidad. En cuanto a mí, ingresé a la Universidad Americana de Beirut, (Líbano) como pupila, y esto me apenó mucho, porque yo no quería separarme de ella, pero como su palabra era ley, me convenció de aceptar lo que me propuso, prometiendo ir a visitarme todos los días y llevarme junto a ella como cuando yo era niña. Y así sucedieron los días. Aquellos felices días, aquellos memorables y apacibles días que nunca volverán, ni siquiera en el sueño. A veces, yo llegaba a la Universidad muy tarde contrariando así sus reglamentos y olvidándome de la severidad del riguroso régimen de la Directora, puesto que todo esto no me importaba porque estando al lado de mi Madre, era para mí el Paraíso con sus flores y bellos jardines colmados de hadas y Santas. Cuando llegaba delante del portón de la Universidad, a horas avanzadas de la tarde en los días festivos, el portero llamaba a la Superiora y ésta me recibía con toda la cólera de un ser amargado, pero al ver a mi querida Madre, al lado mío se ponía seria y correcta ante su presencia, como si mi Madre tuviera una fuerza sobrehumana, y tomándome de la mano como si yo fuera un corderito que lo llevaban al sacrificio, me introducía al edificio, sin darme tiempo para despedirme de mi Madre. Y así pasaron los años hasta que me gradué y acabé con la Directora, el Reglamento y la Universidad, y volví al regazo de mi Madre, al regazo feliz de mi protectora y adorable Madre, viviendo a su lado un par de años. Pero la felicidad nunca es completa, ya que el temperamento que habíamos heredado de nuestros antepasados los Fenicios, con sus ansias incontenibles de viajar, conocer otras costas y otros climas del orbe, comenzó un rol muy potente en mi mente, aunque yo sabía que me iba a resultar muy difícil separarme del regazo de mi Madre, de mi dulce y Augusta Madre. Pero después de muchos esfuerzos y de tantas promesas que hice a mi Madre, accedió a mi pedido, puesto que ella nunca me había rechazado ningún capricho. Y al fin me embarqué hacia este hospitalario y acogedor País, la patria de Artigas, que me recibió con los brazos abiertos y me acogió con su dulce regazo como un buen Padre dichoso de proteger a una hija más.
RESEÑA DE LA VIDA FAMILIAR (Ultima Parte)
Años atrás me habían precedido dos de mis hermanos, con los cuales me instalé y desde entonces compartíamos la vida familiar, añorando siempre a nuestra Madre, a cuyo lado soñábamos llegar para besarla como también a nuestros hermanos residentes en el Líbano. El doloroso recuerdo que tuve por última vez de mi amada Madre, eran dos lágrimas brillantes en sus ojos, en aquellos bellos ojos, cual dos lámparas perennemente encendidas ante mí, de las cuales jamás podré olvidarme mientras haya un aliento de vida en mi ser. He recorrido muchos países del continente asiático, europeo, africano y americano, y en todas partes iba a visitar los lugares atrayentes e interesantes, pero en todos lados, en cada obra maestra, en cada pincelada, en cada belleza y en cada leyenda, veía las dos lágrimas de mi adorada Madre, brillar a través de las largas distancias como si fueran un libro abierto en cuyas páginas se reflejaba la angustia, que mi partida causó a la augusta y divina mujer, mi Madre. Hasta cuando visité la ciudad del Vaticano y tuve la dicha de entrevistar a su Santidad el Papa Pío XII, al mirar sus ojos que me dieron su franca bienvenida, sentí la sensación de contemplar en ellos aquellas dos lágrimas que seguramente eran el mensaje divino de Dios, anunciándome que viéndolas yo no estaba sola. Y, estas dos lágrimas, eran como un testimonio que sujetó las fibras de mi corazón a el de mi Madre, con un hilo invisible y bendito por las manos de Dios. Tuve siempre una idea y un gran anhelo, volver a verla, abrazarla, postrarme ante ella como ante un templo sagrado, aunque le había erigido un altar en lo más íntimo de mi corazón. Pero la fatalidad cayó sobre mis hombros, y cierto día mientras que le estaba homenajeando en una audición radial, recibí una carta portadora de malas noticias. ¡¡¡ Mi Madre, estaba grave y sólo un milagro la salvaría!!! ¡¡ Ah !! ¡¡Madrecita querida!! . Se oscureció el cielo delante de mis ojos, se enlutó la risueña faz del sol, y algo muy grande e inexplicable se quebró en el espacio. El hilo que suspendía nuestros dos corazones se ha roto, y en su lugar ha dejado a mi corazón sumergido en un mar de sangre. Las únicas palabras que he podido articular fueron: “MADRECITA MIA”. Y así durante toda una semana, yo esperaba ansiosamente un telegrama o la llegada del cartero, acurrucada en un rincón detrás de la puerta de casa, hasta que al final éste le entregó a mi hermano aquella carta portadora de lúgubres noticias, el cual la ocultó de mí para no ocasionarme un golpe mortal. Pero él lloraba. El lloraba con esas lágrimas que al nacer del corazón se asoman silenciosas a los ojos. Me consolaba acordándome del milagro, hasta que al final me narró la amarga verdad. Un ataque de presión ha acallado al ruiseñor de nuestro hogar. Ni los famosos especialistas de Beirut, ni de otros países árabes pudieron hacer el milagro. Tres días agonizando quedóse aquella dulce Mujer, en un estado de inconciencia. Tres días sin que yo la viera, sin que pudiera hacer nada por ella, ni siquiera besar las vidriosas pupilas de aquella virtuosa Mujer , y Madre ejemplar, y sin siquiera poder postrarme a la vera de su féretro para brindarle el último tributo y derramar mis lágrimas a sus pies en signo de dolor. No he podido hacer nada por ti. ¡¡Oh!! ¡Madre adorada! que fuiste cual un solemne atardecer de un hermoso día. Todo lo que me queda por hacer ahora es rendirte homenaje tu amarga desaparición. ¡Oh, bienhechora, que me diste el ser, la inspiración y la virtud de un corazón para sentirte! Madre, al cumplirse un año de tu irremediable partida.
HERMANOS Y AMIGOS…
Hermanos residentes en el Líbano, compañeros de escuela, amigos de la infancia e hijos de mi aldea Kulhat Al-Kura. Les ruego por lo más sagrado de sus aspiraciones, que efectúen una visita al Panteón que se halla en el Cementerio de la Parroquia de San Jorge, donde descansa mi Madre al cumplirse un año de su muerte, fecha desde la cual se ha enlutado mi alma para siempre. Les pido por el amor que acaricia nuestras almas hermanas. Les suplico por la alegría de vuestros corazones y por el dolor del mío, que ofrenden en mi nombre una flor y una vela a la dulce Mujer, mi Madre que yace en aquel Panteón de mármol blanco rodeado y resguardado por los frondosos árboles de cipreses y de paraíso; allí donde fue a reunirse con nuestro querido Padre, a quien la vida nos lo arrebató, siendo él un apuesto y joven hombre aún. Les imploro que murmuren una oración en mi nombre para que sus dos almas se rogocijen en su eterna morada, aunque la amarga distancia nos separe.
AQUELLA CARTA
Me quedé paralizada y sin aliento cuando aquella carta llegó a mis manos portadora de lúgubres noticias. Delante de mis ojos todo ardía de dolor, como llamas devoradoras que se apoderaron de mi ser haciéndome tambalear, como un ave herida en la corriente de una tempestad. Desde aquel momento no me he podido apartar de aquella carta que aunque me causó una pena de muerte, me ata a ella porque allí en esas páginas están tu nombre, tus sufrimientos y el fiel relato de tus últimas palabras llamándome, sin que el destino fatal me concediera el sublime consuelo de cerrar tus ojos para siempre.
Los rayos del sol y el caliginoso viento que comenzó a soplar me agobiaron con su calor y me oprimieron el corazón de angustia. Quise llorar pero las consoladoras lágrimas no acudieron a mis ojos, apenas si pude exhalar gemidos semejantes a sollozos y me sentí hundida en la mayor de las tristezas. Pero en mi angustia, te ví ricamente ataviada, una áurea media luna sujetando tu negra y ondeante caballera trenzada con cinta de seda. El repicar de las campanas de la Iglesia, tuvo para mí una trémula y melancólica resonancia, y no puedo saber el tiempo en que vagué con mi ilusoria imaginación junto a ti, viéndote y hablándote como cuando en los días de la lejana y aún rememorable placidez de mis primeros años, te adoraba y soñaba con no apartarme nunca de tu feliz regazo, Madrecita querida.
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